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Música

La Babel de Spotify: Una odisea por el infinito mundo del streaming

Viajando por las conexiones invisibles de esta biblioteca, intentamos encontrar la verdad de la música más allá de los rótulos.

​Suena Telmary. Estoy en la biblioteca y el beat de su canción me hace sentir un poco fuera de lugar, como distante de los libros que se agrupan por montones en los estantes que tengo al frente. Tomo largas pausas entre una línea y otra. Más de tres canciones han sonado en lo que llevo escrito. Oír a Telmary me llevó a hacer clic en el compilado del que hace parte su canción. Se llama Gilles Peterson​ Presents Havana Cultura: The Search Contiues. Ahora oigo "Vamos al mar" de Melvis Santa, jazz, jazz latino, swing, sonidos de una brass band o big band. ¿Acaso importa catalogar la canción? ¿Acaso es posible describirla con adjetivos que poco o nada dicen? "_Mejor hagamos el amor_", dice la canción en este momento. Y veo de nuevo a la biblioteca que tengo enfrente. Libros catalogados con referencias poco comprensibles, un idioma artificial que le da lógica al lugar de cada libro, encasillándolo en su anaquel. En Spotify, la otra biblioteca que tengo al frente, hay también un aparente orden. Artistas, álbumes, géneros, estados de ánimo, compilaciones, artistas relacionados, años, estaciones de radio que a través de algún software desconocido para mí relaciona canciones como un bibliotecario pretende agrupar las filas de libros ordenados. Personas en otros lados, en otros horarios, también agregan cuidadosamente sus selecciones en listas que pretenden decir algo que rara vez comprendo.

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Ahora oigo la versión de "Sexual Healing" de Hot 8 Brass Band, los sonidos de la canción de Santa me llevaron a escoger esta canción. Salté de La Habana a New Orleans, pero yo estoy en el mismo sitio, y las canciones aparentemente también, si es que realmente una canción puede estar en algún lado. Y pienso en la biblioteca de nuevo, cada libro que veo está lleno de referencias de otros libros, de otros textos que a su vez multiplican estas referencias y, como Borges en la Biblioteca de Babel, me pregunto si existe un libro absoluto, al que llegan todas las referencias de los demás. ¿Existe ese libro? ¿Importa? La letra suena "And honey I know you´ll be there to relieve me, the love you give me will free me". Y ahora que paso a oír "Panama City" de The Quantic Sould Orchesta, el sonido funky de la guitarra me hace sentir aún más extraño en esta biblioteca mientras veo a un estudiante tomar un libro del anaquel, ojearlo y dejarlo para tomar el siguiente. Yo ya estoy haciendo nuevos clics, no sé cómo pero ahora estoy en el perfil de una banda llamada Nostalgia 77. Nunca la he oído antes. Pongo a sonar una versión que tienen de Seven Nation Army, me gusta, la oigo con calma mientras me doy cuenta de que es el segundo cover que oigo desde que empecé a escribir. Ahora mi duda es si oigo a Marvin Gaye o a The White Stripes. Coreo silenciosamente "And I'm bleeding, and I'm bleeding, and I'm bleeding Right before the lord".

 Y como el estudiante, indeciso, miro ambas opciones. Quisiera oír a Gaye, cuándo no. Pero después paso a la página de los Stripes y me decido por mi canción favorita de ellos: "In the Cold, Cold Night" y canto un poco en voz alta "I see you walking by my front door, I hear the creaking of the kitchen floor". La persona que está a mi lado me mira con reproche, como diciendo "estamos en una biblioteca". Yo ignoro la mirada y termino de cantar "I don't care what other people say I'm going to love you, anyway". Veo ahora a este texto y me doy cuenta de que no he dicho nada, de que no he siquiera empezado a decir lo que tenía pensado decir cuando lo comencé. Solo me doy cuenta de que sumergirse en Spotify es como estar en esa biblioteca infinita, total en la Bibiblioteca de Babel de Borges. Donde todos los libros están, los que son, los que serán, los que fueron, los que no fueron. Porque como dice Borges, algún bibliotecario descubrió la ley fundamental de la biblioteca: que todos los libros son iguales pero que en la biblioteca no hay dos libros idénticos.

Como ese juego paradójico de Borges yo me entretengo y juego con las paradojas de Spotify mientras oigo "Ain't No Sunshine de Bill Whiters" (Marvin Gaye después de los Stripes, y de ahí hagan la matemática). Salto entre artistas, géneros, sonidos, épocas, categorías. Siento que me libero de las ideas industriales de la música en uno de los proyectos más representativos de esa industria. Sé que nunca acabaré de recorrer todas las alternativas, que podré pasar días enteros en una misma lista, que quizá ya olvidé la canción que estaba buscando porque encontré otra y que esa canción permanecerá en silencio para mí por siempre. Ahora oigo a Nina –I Put A Spell on You (de Whiters a Aretha, de Aretha a Nina, y así). Y mientras la oigo recuerdo que todo lo que quería decir es que la experiencia de oír música en Spotify puede derivar en al menos dos posibilidades. En seguir catalogando la música como los libros de esta biblioteca en categorías de una lengua artificial y terminar siendo uno, el oyente, el encasillado en un anaquel que es incapaz de ver lo que los otros tienen; o de salirse de los rótulos y encontrar las relaciones más remotas que todos los libros tienen y descubrir que, como en la Biblioteca de Babel, en la música, todas las canciones son iguales pero ninguna es idéntica.

 Spotify, o cualquier otro programa similar, nos da la certeza con la que Borges cierra su texto, de que la música es ilimitada y a la vez periódica. Que podemos pasar el día entero, acaso la vida, saltando de canción a canción, descubriendo música sin prejuicios ante la constante amenaza de una industria que quiere catalogarnos para que accedamos solo a aquello que esta industria piensa que queremos oír. Y sí, miro hacia la biblioteca, los libros estáticos son tan solo una aparente noción del orden. El orden no está en el catálogo, no está en los rótulos, está en el misterio que encierra la creación artística, en la belleza sutil que guarda cada canción. En la paradoja del arte. Hace poco estaba oyendo a "Fever" de Peggy Lee, y canté "You give me fever when you kiss me, fever when you hold me tight".

Ahora oigo "Fever" pero la versión de La Lupe. Volví a donde empecé, a la voz cubana, y pienso que el infinito de la música es precisamente lo que permite la repetición. Que una canción sea interpretada cientos, miles de veces, sin que sea idéntica. Pienso que la voz de La Lupe me alegra y me conmueve, en que me da ganas de bailar. Pero estoy en una biblioteca y debo guardar compostura y silencio. Y acá seguiré otro rato, otro tiempo (ahora oigo a "Las Lomas de New Jersey" de Marc Ribot y Los Cubanos Postizos, y le agradezco a algún dios por ese regalo), pasando de canción en canción, hasta que quizá, por alguna suerte extraña encuentre la canción en la que todas las canciones están basadas y allí se anule por siempre el estúpido debate de los géneros y finalmente debatamos lo que hay que debatir: el contenido estético de la música sin rótulos, sin prejuicios, ni con la intención de llegar a una verdad. Tan solo con el ánimo de disfrutar aún más la siguiente canción o de saber desechar criteriosamente la que intencionalmente quieren que oigamos. Como dice Borges al final de su relato: "Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza".