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Distrito Feral

Distrito Feral: Pánico Felino

Cuando a tu tierno gatito le da por liberar todo el poder de la fiera.

Nomen est omen, reza el proverbio latino. O si se prefiere en español: "en el nombre se carga la penitencia". Evidentemente esto es algo que no tomó en cuenta mi primo Sepo cuando eligió llamar a su gato Tormenta, a la fecha, el felino doméstico con el desplante más violento del que yo jamás haya sido testigo y que estuvo al borde de terminar en una demanda legal.

Tormenta era un ejemplar de pelaje completamente negro, tenía los ojos verde esmeralda y mirada severa. Fue adoptada por mi primo en un estado deplorable. Aunque en un principio su comportamiento era esquivo, con el pasar de los días se fue amansando. Hasta que llegó a ser un individuo francamente afectuoso. Quizás en parte debido a que se crió junto con un perro, disfrutaba de la interacción humana más que la mayoría de los gatos. Atendía a su nombre y pasaba horas lamiendo al canino con el que compartía la morada. Sin embrago, Tormenta tenía algo inusual, además de su tamaño reducido, era epiléptica. El diagnostico quedó claro tras unos cuantos episodios convulsivos en los se retorcía inquietantemente sobre sí misma y proyectaba saliva en forma de espuma. El veterinario decretó que no había mucho que se pudiera hacer. Que lo mejor sería intentar mantener su cotidianidad tranquila. Y así sucedió durante algunos años, hasta que en uno de sus deambulares nocturnos por los tejados del barrio, Tormenta quedó embarazada.

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Los humanos tendemos a olvidar que los animales domésticos alguna vez fueron bestias silvestres. Nos gusta pasar por alto los miles de años de coexistencia evolutiva necesarios para que Firulais aprendiera a cachar el frisbee. Preferimos considerar a nuestras mascotas como seres simpáticos, propios de ser vestidos con suéteres en invierno y asistir al peluquero, que organismos capaces de infringir algún daño. Si bien es cierto que, tras tantos siglos de selección artificial, nos las hemos arreglado para degenerar las especies originales a grados casi absurdos, no es recomendable ignorar que bajo el terso pelaje también aguardan genes salvajes. Instrucciones primigenias para sobrevivir en entornos donde impera la ley de la selva. Códigos peptídicos enterrados en lo profundo del material genético que, de ser necesario, liberan a la fiera.

Quizás resulte un tanto complicado conectar con está noción al observar a un chihuahua mini toy retozando sobre la alfombra. Sin embargo, la realidad es que bajo amenaza, el frágil galgo tiene la virtud de encarnar a Colmillo Blanco y el apacible gato de injertar en pantera. Los dientes pelados, las garras prestas, músculos tensos en preparación para el ataque. Y es entonces que el homínido contemporáneo manifiesta su carencia marcada de dotes para la lucha cuerpo a cuerpo. La verdad es que si nos viéramos obligados a combatir desnudos, y en un espacio confinado, contra prácticamente cualquier animal doméstico al que se le haya soltado el chamuco, estaríamos en serios problemas. Bajo tales condiciones, hasta un hámster representaría un contrincante temible, ya no digamos un perro de raza mediana o un ganso enfurecido. Por supuesto que el Homo sapiens también tiene la capacidad de accionar el botón de violencia extrema. Pero recordemos que son nuestras mascotas de las que estamos hablando. El estrecho vínculo de cariño que nos atañe a ellas impide que desatemos de lleno la cólera del gorila y las aplastemos sin misericordia.

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Bueno, de vuelta con Tormenta. El caso es que mi primo comenzó a notar un cambio claro en su conducta. Se mostraba más recelosa e irritable, además de que se le veía un poco más llenita. Factores que incrementaron gradualmente, hasta que no quedó lugar a dudas: estaba preñada.

La gestación pasó sin mayor incidente. Después de algunos días y según los cálculos, los gatitos tendrían que nacer en cualquier momento, pero Tormenta no parecía romper fuente. Sepo se preocupó. Tras una revisión exhaustiva, el veterinario concluyó que lo que sucedía era que no había bebes en su interior. "¿Cómo?", preguntó Sepo consternado. "Pues así como lo oye", contestó el veterinario, "no hay nada en su panza. Quizás se haya tratado de un embarazo sicológico".

Lo que ambos ignoraban era que precisamente en ese momento dos gatitos neonatos se encontraban reptando entre las sabanas de la cama. Al parecer a mi primo se la había escapado el instante en que Tormenta diera a luz y la madre inexperta, por alguna razón desconocida, había decidido abandonar a su camada. O quizás haya tenido una crisis convulsiva y olvidado todo el asunto. El caso es que los recién nacidos fueron dejados a su suerte. Pero contaron con buena estrella, pues Sepo se los encontró entre las cobijas antes de que murieran. Eran blancos y chillaban lastimosamente. Llevó un tiempo conseguir que Tormenta los aceptara, pero con ayuda del perro y mucha perseverancia, el instinto materno floreció y los comenzó a amamantar y cuidar. Era tanto el amor que sentía Sepo por la nueva familia que decidió llevarlos consigo al rodaje de la película que estaba por filmar. Le preocupaba que Tormenta pudiera volver a abandonar a los cachorros y se sentía de alguna manera responsable. Así que los empacó en una caja de cartón y partió rumbo a Salvatierra, Guanajuato. El pueblo que pronto sería azotado por la furia felina.

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Según estudios antropológicos, los perros fueron domesticados muy temprano en la evolución humana, quizás incluso hayan sido la primera especie en ser domesticada. Se sabe que desde hace por lo menos 15 mil años, caninos y homínidos cazaban juntos, sin embargo, es posible que desde mucho antes la interacción entre ambas especies haya comenzado a brindar beneficios mutuos para conseguir sustento. Algunos científicos afirman que todos los perros, Canis familiaris, tanto domésticos como salvajes, tienen un antepasado común en el pequeño lobo del sudeste asiático.

Los gatos se unieron a nosotros tiempo después, cuando cambiamos de una existencia nómada a una vida sedentaria. Probablemente sucedió en Egipto o la península del Sinaí hace ocho mil o cinco mil años. Se trató de un proceso largo de autodomesticación, es decir que los felinos fueron los que eligieron coexistir con los humanos y no al revés. Puede ser que algunos individuos de gatos salvajes africanos comenzaran a merodear los asentamientos humanos en búsqueda de una merienda fácil: roedores que a su vez eran atraídos por los campos de cultivo y graneros. Lo que es seguro es que hace 4500 años los primeros gatos completamente domésticos, Felis silvestris catus, ya figuraban como organismos habituales en la sociedad egipcia y mil años después fueron introducidos a Grecia y el resto del Mediterráneo. Como dato curioso parece ser que los maullidos son un producto secundario de este proceso de domesticación, vocalizaciones felinas aprendidas cuyo único fin es comunicarse con nosotros. Un lenguaje producto de la coexistencia entre especies. Los gatos salvajes no maúllan y si una camada de gatos comunes crece en condiciones de aislamiento, los ejemplares en cuestión no desarrollan tal particularidad sonora.

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Regresando a la historia que nos atañe. Sepo se presentó, con Tormenta e hijos bajo el brazo, en Salvatierra, Guanajuato, para fotografiar la película Huerfanos, de Guita Shifter. Siendo que la directora era madre de Sepo y que estaba más que al día con la historia de los gatitos, aceptó la llegada de familia felina con agrado.

Se trataba de un rodaje grande, por lo menos unas cien personas dentro del equipo, y tenía lugar en una hacienda antigua. Tras una breve deliberación, se acordó colocar a mamá gato y sus bebitos dentro de la bodega de arte. Tormenta pareció aprobar el nuevo entorno y durante unas semanas todo marchó sobre ruedas.

Fue hacia la mitad del rodaje que Ana y yo decidimos visitar el set. Y la suerte quiso que justo el día de nuestra llegada, se desataran los acontecimientos que precedieron a la debacle. El primer indicio de que algo andaba mal se registró sobre el brazo de Manuel, un asistente del equipo de arte que al entrar en la bodega había sido atacado por Tormenta. La actitud de la madre felina había cambiado de un momento a otro. Gruñía, bufaba y se lanzaba contra cualquier persona que pretendiera acortar la distancia. Sólo cuando mi primo entró en la bodega, Tormenta pareció calmarse un poco. Sepo comprobó que los gatitos estuvieran bien y acarició a la madre durante un buen rato. ¿Qué habría pasado? ¿Quizás Tormenta hubiera detectado a un posible depredador? ¿O podía ser que un escorpión o algún otro insecto peligroso la hubiera puesto en alerta? El caso era que la familia no podía seguir quedándose ahí. Así que Sepo se los llevó a su hotel y los colocó dentro del baño. Y para cuando cayó la noche mamá y gatitos estaban claramente más contentos. Se dejaban cargar y jugaban con las visitas. Parecía que la catarsis había llegado a su final. Sin embargo, pecábamos de ingenuidad, la realidad era que la crisis felina apenas estaba por comenzar.

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La mañana siguiente, el equipo de filmación tuvo llamado al amanecer. Ana y yo decidimos dormir un poco más y unirnos al rodaje a una hora más decente. Fuimos a desayunar al centro de Salvatierra y cuando volvimos al hotel nos encontramos con un estado completo de caos. Numerosas personas aguardaban en la recepción. Algunos de los presentes estaban visiblemente molestos, otros simplemente sorprendidos. Parecía como si hubieran evacuado a los huéspedes de sus habitaciones. Supuse que quizás se trataría de una fuga de gas o un simulacro de incendio. Pero un gritó enérgico me sacó de mi ignorancia: "¡¿Usted es el dueño del gato?!", demandaba saber un señor de bigote tupido.

Asentí, pues sabía que Sepo no regresaría hasta la noche. "!Pues está usted en serios problemas jovencito! Lo vamos a demandar", fue el siguiente grito del bigotón. Contemplé al administrador del hotel sin comprender que sucedía. "Una mujer está en riesgo de perder a su encargo por culpa de su fiera", me dijo consternado el administrador. "¿Perdón?", dije yo sin entender bien a que se refería. "¡Que puede abortar carajo!"

Con voz agitada, nos relataron lo acontecido en nuestra ausencia. Sepo había dejado a los gatitos encerrados en el baño de su habitación y sobre la puerta un letrero que decía: No abrir, gato con bebés. La camarera entró a limpiar el cuarto y, o no leyó el letrero o no alcanzó a adivinar el motivo de la advertencia. Digo, después de todo, un gato con bebes suele ser una estampa enternecedora. El punto es que abrió la puerta del baño y se encontró con el demonio. Tormenta atacó inmediatamente a la camarera hincándole los dientes en la pantorrilla con saña y luego le propinó otra tarascada sobre el muslo. Un aullido de dolor recorrió el hotel (las fauces de los gatos son muy poderosas, cualquier persona que haya experimentado una mordida lo puede comprobar). La camarera aterrorizada consiguió sacarse a la fiera utilizando el mango de una escoba, dio media vuelta, salió del cuarto corriendo y comenzó a huir por el pasillo. Tormenta la persiguió arañándole las piernas. Dos compañeras de trabajo esperaban al final del pasillo prestas a cerrar la puerta ante el embiste felino. La camarera entro corriendo, tropezó en el último momento y aterrizó de sentón. Las dos compañeras cerraron la puerta de golpe. Tormenta se abalanzó sobre la puerta con violencia. Golpeo, arañó y bufó hasta que se cansó. Después se retiró irritada con la pésima suerte de que, en lugar de regresar a su cuarto, se metió en otro que tenía la puerta entreabierta. Confundida y al borde de explotar de rabia al no encontrar a sus gatitos, atacó a los huéspedes de ese otro cuarto y los corrió de la habitación. Y ahí es cuando llegamos nosotros al lobby del hotel.

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Los huéspedes del segundo cuarto gritaban. El administrador gritaba. El esposo bigotón de la camarera gritaba que me iba a demandar. La pobre camarera estaba en estado de shock, con las piernas llenas de heridas y las huellas de las dos mordidas transformadas en moretones que sangraban profusamente. Lo peor del asunto es que se encontraba en el séptimo mes de embarazo y entre el estrés y el sentón que se había dado, temía perder al bebe. El administrador me comandó a subir e intentar dominar a la fiera para que, al menos, los demás huéspedes del hotel, que cada vez eran más, pudieran volver a sus habitaciones.

Entré al cuarto secuestrado por la cólera felina. Tormenta estaba como poseída. Desde debajo de la cama me llegaban sonidos guturales inquietantes. Supuse que si me reconocía quizás se calmaría un poco. Le hablé con susurros y comencé a acercarme. Pero su odio en ese momento era demasiado, estaba completamente privada. Pensé entonces ir por uno de los bebes para ver si así mejoraba el asunto. Mala idea. Nada más escuchó el chillido de su hijo, mamá diablo atacó mis piernas. Conseguí subirme de un brinco a la cama. Tomé la cobija que estaba hecha bolas y la aventé sobre la bestia justo en el momento que ella tensaba los músculos para saltar sobre mí. Salí pitando de la habitación.

De vuelta en el lobby reconocí apenado que no sería capaz de atrapar a la gata. "Hay que matarla", se escuchó una voz desde el fondo del salón. Pero por fortuna, el clamor no recibió consenso. Se resolvió entonces llamar a protección civil.

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Una ambulancia se presentó rápidamente y se llevó a la camarera herida, poco después llegaron los uniformados cargando palos y una jaula. Los palos eran largos y en la punta tenían un lazo. Fueron necesarias tres personas para controlar a Tormenta, dos de ellas empuñando los palo-lazo y la otra manipulando la jaula. Fue una maniobra aparatosa, pero al final consiguieron dominarla. No sé bien por qué me invadió la impresión de que la sacrificarían. Así que corrí por los bebes para apelar a la piedad de la autoridad y además les dije que Tormenta era epiléptica, la mirada de varios de los huéspedes que nos rodeaban cambió ante la noticia, como si eso lo explicara todo. Los uniformados recibieron a los vástagos y decretaron que era menester realizarles pruebas veterinarias. Luego agregaron que dependiendo de los resultados y del diagnostico que recibieran de la camarera, sería que se decidiría si nos devolverían a los organismos o no.

Ana y yo tuvimos que responder a la indagatoria de un representante del ministerio público y después hacernos güeyes por lo que restaba del día. Pues no tenía sentido relatarle a Sepo lo acontecido sino hasta que acabara el día de rodaje. Una vez que lo hicimos, mi primo casi fue víctima de un ataque de pánico. Le angustiaba tremendamente la posible demanda y le horrorizaba pensar que quizás nunca volvería a ver a Tormenta.

Fuimos al hospital a ver a la camarera, por suerte no había perdido al bebé y al parecer la amenaza de demanda había sucumbido conforme se bajaban los ánimos. Evidentemente Sepo se ofreció a cubrir todos los gastos. Luego nos dirigimos a la jefatura de policía a indagar que había sucedido con los gatos. Nos dijeron que estaba bien y que por una módica suma de dinero nos los devolverían al día siguiente, que trajéramos una trasportadora para llevárnoslos.

Dedicamos las siguientes horas a conseguir una trasportadora propicia. Al parecer la noticia ya había cundido en todo el pueblo, porque en las tiendas de mascotas que visitamos durante la búsqueda de la transportadora, nos preguntaban "¿Ustedes son los dueños de Tormenta?", con esa mezcla de duda y afirmación que siempre denota cierto reproche. Y bueno quizás su odio estaba de alguna manera justificado, a fin de cuentas éramos los chilangos responsables de que el pánico felino hubiera interrumpido la paz de Salvatierra.

Al final Ana y yo nos regresamos a la familia felina al DF. Tormenta no volvió a injertar en pantera, pero tiempo después, se fugó de la casa de mi primo y nunca volvimos a verla.