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Comida

¿Por qué siempre pedimos el mismo plato en Crepes?

Para encontrar la respuesta consultamos a un experto, leímos un estudio y hablamos con la gente de Crepes.
Ilustración por Sara Pachón.

Por muchos años yo también pedí lo mismo. Siempre que llegaba a ese restaurante que se identifica a distancia por su olor inconfundible, pedía el crepe de pollo y champiñones. Cuando fui creciendo, mis opciones se fueron ampliando, pero igual terminaron siendo pocas: champiñón pocket, crepe de camarones en salsa de la casa o lomo árabe. Intuyendo que esta situación no era algo que sólo me pasara a mí, hice un pequeño sondeo entre conocidos, amigos y familiares para saber si ellos también piden lo mismo cuando van a Crepes.

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De las 15 personas a las que les pregunté, ocho me dijeron que siempre pedían el mismo plato, muchas veces con la misma bebida. Cinco tenían varios entre los que escogían, pero que no pasaban de cuatro opciones. Una de mis compañeras de Noisey tenía varias opciones entre las que escogía: casi siete. Y sólo una persona me dijo que siempre pedía algo distinto y que procuraba no repetir. En general, el pequeño sondeo reveló mis sospechas: la gente tiende a pedir siempre lo mismo cuando va a Crepes.

Antes de que me digan que eso pasa en cualquier restaurante y no sólo en Crepes, quiero explicarle por qué creo que es un buen caso de estudio para entender por qué siempre pedimos los mismos platos:

1. Es un restaurante que existe hace casi 36 años, por eso ha podido llegarle a más gente de distintas generaciones y volverse familiar para muchos.

2. Ofrece un montón de platos que complace a vegetarianos, carnívoros, sofisticados y sencillos.

3. Tiene platos no tan caros.

4. Sospechamos que la gente siempre pide el mismo plato cuando va.

5. Está en todos lados. No hay pierde.

6. Este artículo no es patrocinado por Crepes.

Ya justificada la elección del restaurante, es momento de entrar en materia: ¿por qué, teniendo casi 80 opciones de platos, pedimos siempre el mismo o los mismos cuatro?

Javier Corredor, quien es profesor de psicología en la Universidad Nacional y doctor en Estudios Cognitivos en Educación, dice que esto se explica por algo conocido como "fatiga cognitiva". "Pensar cuesta en términos de esfuerzo. Cuando uno se dedica cierto tiempo a realizar una tarea, luego tiene que parar. Es igual que hacer ejercicio".

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Tomar decisiones, me explicó, es una tarea que puede llegar a ser más difícil y fatigante para el cerebro, y que puede ser particularmente difícil cuando uno está decidiendo por un plato en un restaurante. "Escoger un helado es más fácil, por ejemplo, porque uno sólo tiene que pensar y decidir sobre el sabor. En cambio en un restaurante hay más factores: hay más platos, cada plato tiene ingredientes distintos, es mucha información, y ahí realizar una comparación, para poder tomar la decisión, es más difícil".

Dicho más sencillamente: cuando usted está sentado, con el menú en las manos, y está decidiendo entre el crepe de especias, el vegetariano, o el panne cook, la cantidad de ingredientes y sabores entre los que tiene que elegir hace que la información con la que su cerebro tiene que lidiar se multiplique. Eventualmente, su cerebro se sobrecarga, se fatiga, renuncia, y usted termina pidiendo el crepe de pollo y champiñones.

"La forma en que la gente resuelve esa fatiga es tomando decisiones repetitivas y conocidas a partir de experiencias previas", me dijo Javier, "así se evita tener que hacer comparaciones".

Piense por ejemplo en la primera vez que fue a un restaurante que no conocía. Recuerde la sensación que tuvo al enfrentarse a una carta completamente desconocida y en lo que le costó decidirse al fin por un plato. Ahora piense en la segunda vez que fue al mismo restaurante. Probablemente ya se sentía mucho más cómodo, tenía una experiencia previa del lugar.

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Según lo que me dijo Javier, tomar esas decisiones se vuelve más fácil porque se empiezan a generar patrones,que facilitan mucho más la experiencia. Al tomar las mismas decisiones, su cerebro tiene que hacer menos esfuerzo. Usted termina pidiendo el mismo plato y su cerebro se siente tan tranquilo como usted cuando decide no salir a trotar y quedarse en la casa: cómodo, seguro y feliz.

Varios de los "genios" modernos son conscientes del desgaste energético que implica la toma de decisiones hasta en las acciones más sencillas, por eso, varios han optado por usar siempre la misma ropa. Mark Zuckerberg, por ejemplo, considera que tomar ese tipo de decisiones le quita energía que puede invertir en decisiones más importantes, de ahí que su pinta siempre sea igual. Lo mismo hacía Steve Jobs e incluso Barack Obama, quien prefiere no pensar en qué quiere comer.

Para Rodrigo Cabrera, director de mercadeo de Crepes & Waffles, muchos clientes del restaurante sí suelen 'enamorarse' de un plato, y en ocasiones llegan a pedir el plato que ya conocen, que muchas veces tienen claro desde antes de llegar al restaurante y con el que van a la fija. "En ocasiones hemos quitado platos y hemos tenido que volverlos a poner porque la gente los pide. Eso nos pasó con el crepe de tomatillo verde, a los seis meses lo tuvimos que volver a poner porque la gente lo pedía mucho. Quitar platos suele ser una experiencia dolorosa para los clientes".

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Y en realidad sí puede ser una experiencia dolorosa, porque al verse desprovisto del patrón que ya se había establecido con un plato favorito, hay que volver a emprender la fatigante tarea de considerar las opciones y tomar decisiones. Y muchas veces, después de estar todo el día tomando decisiones sobre qué bus coger, si dejar de fumar o no, a qué trabajo aplicar, si irse o no a hacer la maestría etc., lo último que quiere el cerebro es tener que tomar decisiones también a la hora del almuerzo.

De hecho, en la actualidad la cuestión de tomar decisiones se ha vuelto una tarea más compleja, particularmente en las sociedades occidentales, en donde las opciones, en todo sentido, han crecido exponencialmente. La cantidad de opciones de la ropa que se puede comprar, los electrónicos, las carreras profesionales que se pueden elegir, la comida, y hasta los condones, es mucho mayor de la que había hasta hace unas décadas. Barry Schwartz, un psicólogo estadounidense, explora este problema en su libro The Paradox of Choice: Why More is Less (La paradoja de la elección: por qué más es menos).

Schwartz afirma que la abundancia de opciones en realidad ha contribuido al aumento de la depresión crónica e incluso tal vez de la tasa de suicidios en los países industrializados. El psicólogo afirma que una gran cantidad de opciones hace que, por un lado, la decisión que se tome siempre esté acompañada por un nivel de arrepentimiento al imaginar que otra opción hubiera sido mejor, lo que le resta placer a la decisión tomada; y por otro lado, la abundancia de opciones hace que las expectativas se eleven, ya que al contar con tantas posibilidades es fácil imaginar que una de ellas será perfecta, lo que provoca que al final, así la opción elegida sea la mejor, no alcance a llenar las expectativas de perfección.

El resultado de todo eso es que, al final, realizar una elección termina generando un sentimiento de miseria y una tendencia a culparse a sí mismo, ya que si la opción que se eligió no cumple las expectativas, se crea la sensación de que la culpa es propia por no haber podido elegir la mejor opción. Entonces usted se deprime porque nunca queda contento con la decisión tomada, así haya sido la mejor decisión.

El secreto para salir de ese panorama tan oscuro, según Schwartz, es tener bajas expectativas y tener límites. Entre más grande sea su mundo de opciones y posibilidades, es mayor el riesgo de sentirse desilusionado e infeliz. En cambio, si restringe sus posibilidades a unas cuantas, es mucho más posible que quede contento con lo que elija al final.

Eso lo sabe su cerebro, y está tratando de decírselo cada vez que usted se bloquea ante un menú de Crepes. Mientras usted insiste en que sería mejor escoger algo nuevo porque las opciones son muchas, su cerebro le sigue diciendo: "Piensa sólo en estos tres platos. Es mejor. Pide lo de siempre, ya sabemos cómo es y vas a quedar contento". Así que no se sienta mal si otra vez termina en Crepes con un bocado del crepe de pollo y champiñones en su boca. Siéntase bien y saboree el secreto de la felicidad.