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Walter Astrada: viaje en moto más allá de la violencia

El ganador de tres premios World Press Photo da la vuelta al mundo capturando imágenes de una cotidianidad sin armas.
Autorretrato de Walter Astrada.

Walter Astrada piensa que lo interesante de su trabajo está en las historias que retrata y no en la suya propia. Pero después de ganar tres premios World Press Photo retratando las consecuencias de la guerra y la violencia, es inevitable que surjan preguntas sobre quién inmortaliza esas realidades, aunque él prefiera esquivarlas. Astrada (Argentina, 1974), no reniega del trabajo que le ha convertido en una referencia, pero hace siete años decidió trazar un plan para cambiar drásticamente su vida. En Haití, mientras se tomaba una cerveza con un colega, hizo una promesa en voz alta:

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—Voy a dar la vuelta al mundo en moto.

Su amigo se rio. Entre cosas, Astrada no tenía aún carnet de moto. Pero este fotógrafo, que pasó de arreglar aviones a utilizarlos como medio de transporte habitual, no suele hablar por hablar.

El 1 de mayo de 2015, cinco años después de aquella promesa, arrancó su viaje en Barcelona. Tras cruzar países como Francia, Italia, Grecia, Albania, Croacia, Bosnia y Herzegovina, Turquía, Georgia, Armenia, Uzbekistán, Kirguistán, Mongolia, Rusia, Corea del Sur, India, Birmania, Malasia, Vietnam, Indonesia o Australia, él y su moto han tomado un avión para continuar la aventura en América Latina, su tierra. Seguirá sin hacer fotos de conflictos armados. Su objetivo es otro: disfrutar del placer de hacer fotos porque sí y sin presión.

En una cafetería, Astrada dobla una servilleta un par de veces para conseguir una pequeña América Latina de papel. Su dedo dibuja la ruta ideal y las posibles variaciones. Hay que ir improvisando. “Aventura sin problemas no es aventura”, dice. El plan arranca en Chile, después irá a su Argentina natal.

—Este proyecto nació cuando empecé a pensar qué pasaría si moría de repente. Llegué a la conclusión de que mi legado sería solo fotos de conflictos, de violaciones de derechos humanos, de muertos, de sangre y destrucción… Pero el mundo no es sólo eso. No es un lugar tan terrible —cuenta—. Lo que hago ahora no tiene nada que ver con lo que hacía antes. Aún así, sigo con la misma idea: fotografiar lo que merece la pena mostrar. Pero ya no la violencia y la muerte, sino otra parte de la vida diaria. Es mucho más difícil hacer fotos de eso, de verdad. Es otro desafío.

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Kenia, enero de 2008. Foto tomada en la barriada Kibera, durante el segundo día de manifestaciones que Raila Odinga (líder de la oposición) había convocado. En la zona estaban quemando neumáticos y la policía respondía con disparos al aire y gases lacrimógenos. Walter Astrada

La visión del conflicto que representa el trabajo de Astrada lo ha convertido en una referencia. Le gusta retratar la realidad sin estridencias; las guerras ya son bastante duras sin necesidad de espectacularizarlas. Por eso, persigue la foto que la mayoría no hace.

“Cuando levanto la cámara y veo que estoy rodeado de fotógrafos, pienso que no tiene mucho sentido estar ahí”, explica. Fue lo que le pasó en Kenia a principios de enero de 2008, poco después de las elecciones. La oposición no reconoció los resultados y la violencia que sacudió al país atrajo la atención de la prensa internacional. Los fotógrafos recorrían en masa la barriada de Kibera. Fotografiaban la represión policial, los enfrentamientos postelectorales y el terror. Astrada, frustrado por las cámaras que se interponían entre la suya y la realidad, decidió separarse de la marabunta de fotoperiodistas y seguir a un grupo de cinco policías.

Los uniformados pateaban las puertas de las casas, entraban y lanzaban gases lacrimógenos. Un grito estremeció a Astrada. Un niño de unos 8 años llamaba sin cesar a su padre, que ni siquiera estaba en el país.

—Para mí, esa foto resume lo que estaba pasando en Kenia. El terror en la cara del nene. En cierta manera, la puedes trasladar a cualquier otro conflicto —explica Walter—. Cuando los policías se fueron, metí al niño dentro de la casa y cerré la puerta para que no volvieran a entrar.

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Días después de tomar la foto con la que ganaría su segundo World Press Photo, Astrada volvió a la barriada para saber por qué aquel niño estaba solo. Encontró a su abuela. Ella le explicó que aquel día estaba limpiando casas. Que “el nene” en realidad vivía en Uganda y que estaba en Kibera de vacaciones.

Astrada no soporta la duda. Ya desde pequeño se dio cuenta de que tenía muchas preguntas y que necesitaba respuestas. Una de las maneras para resolver sus dudas —aunque no la única— ha sido trabajando, a través de su cámara.

Desde hace más de dos años, viaja con lo justo: su moto Royal Enfield, una Fujifilm X-Pro 2, las lentes imprescindibles, tienda de campaña y un kit para cocinar. En su equipaje, de momento, no hay cabida para el fotoperiodismo. Su actual proyecto, The Journey, es fotografía en estado puro, pero sin la urgencia de la actualidad que marcan las agencias de noticias y los medios de comunicación.

Su moto le ha llevado a confirmar algo que ya intuía y que le ha permitido sobrevivir.

—Hay más gente buena que mala, si no estaríamos todos muertos. Todos queremos más o menos las mismas cosas —apunta convencido—. Dicen que las banderas cubren los féretros de los soldados y los cerebros de algunas personas. Es así. Nos enseñan a reaccionar negativamente a la diferencia. Si no tienes enemigos, ¿cómo te controlan?

La inspiración de Walter llega de muchas personas comunes: “Antes me inspiraban algunos fotógrafos de renombre, pero, a veces, no pega el trabajo con la persona”, cuenta mientras perfecciona el mapa de América Latina hecho con una servilleta. “Los huecos en la historia a veces son para grandes nombres que no han hecho nada bueno”.

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En su mente resuena el nombre de un grande que sí le inspira: Miguel Strogoff, el cartero del zar que imaginó Julio Verne. “Siempre me han encantado los libros de aventuras. Me inspira eso. Cuando estuve por Rusia, pasé por algunos de los sitios que salen en el libro”, recuerda.

Niña guatemalteca de 14 años víctima de violencia de género. Fotografía parte del proyecto Femicidio en Guatemala. Walter Astrada

“Como freelance, lo interesante sería decir ‘vamos a hacer algo distinto’, en vez de competir con las agencias. Pero eso se ha perdido y casi todas las fotos son iguales. No se da ni el espacio ni el tiempo para crear. ¿Cuál es la foto de Merkel que más se ha publicado cuando se ha reunido con algún mandatario?”. Sin titubeos, él mismo responde a la pregunta: “La que parece que están a punto de besarse. Hay una crisis de creatividad”.

La “moda de los conflictos” provoca que determinados países se saturen de periodistas. Al poco tiempo, esos conflictos vuelven a caer en el olvido de los flashes y los titulares. La clave, cree Astrada, es no dejarse arrastrar por esas tendencias y preguntarse sinceramente si es posible realizar un trabajo que añada algo valioso: “Creo que como fotógrafos tenemos que preguntarnos ‘dónde aporto más’ y no ‘dónde puedo ir para que se reconozca lo bueno que soy’. Sé que es muy complicado seguir trabajando en este campo y no entrar a este tipo de juegos. Pero se puede”. Ese mismo mensaje es el que Astrada busca transmitir a los estudiantes que asisten a los talleres de foto que compagina con ‘ The Journey’.

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Una de las historias distintas que quería contar para que quedara constancia fue, durante un tiempo, la violencia que las mujeres sufren en todo el mundo. Quizá la foto más reconocida de aquel proyecto sea la que ganó el World Press Photo de 2007, pero hay otras que dejaron huella en Astrada. La imagen de una adolescente con el ojo negro es una de ellas: “Esa niña tenía 14 años cuando hice la foto. Las mujeres no deberían ser golpeadas nunca, pero si ya empieza a los 14, imagina el camino que sigue después… la violencia en sí siempre me parece fuerte, pero creo que la edad es un agravante. Su novio tenía 27 años”.

Retratar esas problemáticas silenciadas no ha estado exento de escollos, aunque él los asume como gajes del oficio. “Hay riesgos en nuestra profesión, obvio. Pero no podemos que pensar que somos intocables. También los hay en otros trabajos y no los consideramos glamurosos. Es muy egoísta pensar que por el hecho de ser periodistas no nos puede pasar nada. Es un error y una falta de respeto para las personas que viven donde estás trabajando, donde están matando a gente”.

Otra cosa es cuando las autoridades o las fuerzas de seguridad apuntan directamente al periodista. A él le pasó en el sitio en el que menos lo esperaba, en España. Allí, la policía le manoteó la cámara o le forzó a borrar sus fotografías.

Astrada dice que no ha sido censurado nunca. Para él, los desafíos que amenazan la profesión son de otro tipo: “Si eres freelance, los baches van a ser sobre todo económicos o querer hacer reportajes que no le interesen a nadie”.

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Un niño vuela una cometa en la ciudad de Varanasi, India, a las orillas del Ganges en 2016. Fotografía parte del proyecto The Journey. Walter Astrada

Sobre su moto, con total libertad, Astrada puede ahora improvisar y fotografiar el lado menos noticioso de la vida. Recuerda su paso por Varanasi, en India. Había estado antes allí, pero nunca había tenido tiempo de fotografiar la ciudad. En su última visita, no quiso sacar la cámara en los crematorios; se han retratado demasiadas veces. A él le interesaban más los niños sobre los tejados, jugando con sus cometas: “Muestra algo que sucede en Varanasi todo el tiempo, más allá de los crematorios”.

Astrada es muy consciente que su larga lista de premios —además de los World Press Photo, tiene el premio Bayeux-Calvados para corresponsales de guerra o los PGB de Fotoperiodista del Año y Foto del Año— es un arma de doble filo. “Hay un error en cómo se toman los premios. De hecho, deberíamos llamarlos reconocimientos. Muchas veces se habla más del fotógrafo que del tema. Otras, muchos terminan haciendo cosas solo pensando en el premio, no en lo que fotografian. Eso pasa mucho. Está el mito de que si tienes premio, te contratan. Y no es así, no tan así”.

De las miles de fotos que ha hecho en sus más de 20 años como fotoperiodista, Astrada tiene especial cariño por una que tomó en Kirguistán. Cuenta que, mientras esperaba un permiso para entrar en Tayikistán, un niño y un burro capturaron su atención. “Cuando el nene se movía un poco, el burrito hacía lo mismo para mantener la distancia. Era como un sketch de un dibujo animado. Comparativamente tiene menos likes de lo que esperaba, me dolió un poco —ríe—, pero a mí me gusta mucho”.

El proyecto de Astrada continuará mientras dure la plata; ideas e historias no le faltan. Mientras viaja en su moto, ha aparcado el fotoperiodismo, pero “no es una etapa cerrada”, cuenta. “Si hago una exposición después del viaje, obviamente incluiré una pared con fotos de mi etapa anterior porque verla como algo separado sería un error. Mi trabajo es un conjunto. Sería como el yin y el yang, como lo bueno y lo malo que pasa en el mundo”.

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