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Salud

Qué se siente cuando se suicida tu hermano

La sociedad no acostumbra a considerar como un grupo a aquellas personas que pierden a un hermano o hermana por suicidio, pero los riesgos que entraña este hecho para su salud mental son enormes.
Imagen vía Shuttershock

Lo que más le gustaba a Sarah de Jessica era su altura. “Nadie se atrevía a meterse con ella porque medía 1,80 m.”, recuerda. “A pesar de que era la hermana pequeña, ella siempre me cuidaba. Me sentía mucho más segura cuando estaba a su lado”.

Hace cuatro años, tras una larga batalla contra una fuerte adicción a los medicamentos con receta, Jessica se quitó la vida. Le faltaba solo un mes para cumplir los 23 años.

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Lo último que le dijo Sarah fue: “Te odio. Ojalá estuvieras muerta”. Como cualquier relación fraternal, la suya podía llegar a ser muy turbia en ocasiones. El dolor de estas últimas palabras hicieron que Sarah no fuera capaz de salir de la cama durante meses, llevada por la culpa y la depresión. Este trauma empeoraba cuando veía a sus padres destrozados —su padre lloraba cada mañana y su madre tenía pesadillas recurrentes.

De hecho, todavía le cuesta volver a casa de sus padres, donde se encuentran las pertenencias de su hermana. A veces, no se puede quitar de la cabeza la visualización de la muerte de su hermana. “He perdido mi pasado, mi presente y mi futuro”, lamenta.

Foto via Shutterstock

La doctora Jan-Louise Godfrey, profesora de psicología de la Universidad de Swinburne y experta en pérdidas infantiles, piensa que el duelo no reconocido —un dolor que la sociedad no admite o reconoce— puede desembocar en graves problemas de salud mental. Este es justo el caso de las personas que tienen que lidiar con el suicidio de un hermano, ya que, si bien existe un apoyo especial para los padres, poco sabemos sobre este grupo específico.

“En general, los hermanos tienden a disimular su dolor en un intento de minimizar el trauma que viven sus padres”, comenta la doctora Godfrey. Esta incapacidad o renuncia a expresarse puede dificultar el propio duelo por la pérdida que han sufrido, ya que los hermanos que aún viven pueden “luchar por asimilar el suceso”.

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Bronwen Edwards, fundadora del grupo de apoyo a víctimas del suicidio Roses in the Ocean, ha vivido esta lucha en primera persona. En 2008, su hermano mayor se quitó la vida a los 43 años. “Las víctimas, cuando son hermanos, no tienen ningún tipo de apoyo”, lamenta Edwards. “Pasamos totalmente inadvertidos. Es verdad que existen algunos grupos de apoyo, como StandBy Response, que es de gran utilidad, pero no están muy extendidos”.

Sobrevivir a un suicidio

Sin una válvula de escape o un apoyo estructurado, los hermanos pueden verse afectados por el trastorno de estrés postraumático (TEPT), con síntomas como la ansiedad, la depresión y el trastorno alimentario. La doctora Godfrey apunta que, si bien ya pueden existir predisposiciones subyacentes para estos problemas mentales, su investigación revela que el trauma del suicidio de un hermano, en general, aumenta el riesgo de que aparezca ese trastorno.

Este fue el caso de Kerri, que tenía 18 años cuando su hermano pequeño, Joseph, se quitó la vida. Ahora, a los 25 años, esta becaria de diseño dice que dejó de lado su propio dolor para dedicarse a su padre, ya que temía que este pudiera seguir los pasos de su hermano. Mientras luchaba contra sus propias declaraciones, como “no puedo seguir adelante” y “no quiero comer”, a su vez reprimía ese sentimiento de pérdida, lo que se tradujo con el tiempo en un desorden alimenticio que le hizo bajar de 90 a 43 kg.

“Terminé en el hospital porque me podía morir debido a la anorexia”, comenta Kerri. “Estuve enchufada a las máquinas dos semanas y después me llevaron a una residencia para comenzar un tratamiento que duraría dos meses”.

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No solo fue la actitud de Kerri ante la comida lo que se vio alterado, ya que la muerte de su hermano también cambió la situación familiar. Kerri se convirtió prácticamente en la cuidadora de su padre cuando su madre se iba de casa con los amigos para desconectar un poco. Su padre, en cambio, “tenía que estar solo”.

Foto vía Shutterstock

Liz Adams, una psicóloga australiana, acaba de terminar una tesis doctoral sobre el impacto del suicidio en las familias, inspirada por el suicidio en 2001 de su hermano Peter a los 16 años. Más que nadie, Adams comprende cómo ese vacío creado por el suicidio puede afectar a la dinámica familiar. “Los hijos se convierten en los cuidadores de sus padres porque estos pueden perder la cabeza y derrumbarse”, advierte. “Se da por supuesto que los hijos son fuertes”.

Por otro lado, los padres se pueden convertir en una figura más autoritaria. Un estudio sueco de 2011 en el que participaron once millones de personas descubrió que “el comportamiento suicida es más propenso en familias”, lo que significa que, además de aumentar la tasa de mortalidad general, los padres tienen más opciones de suicidarse si algún hijo suyo se ha quitado la vida previamente.

Los datos también revelaban que los hermanos triplican las probabilidades de suicidio cuando han sufrido alguna pérdida fraternal, debido a los “riesgos genéticos” y “los factores del entorno”, como la situación familiar que comparten.

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También entran en juego algunos asuntos que tienen que ver con el desarrollo a largo plazo. La doctora Godfrey cita tres pilares básicos en la vida de todo joven que se pueden ver afectados por la pérdida de un hermano: “la independencia, las relaciones sentimentales y la carrera profesional”.

“Parece que los adolescentes [que han sufrido el suicidio de un hermano] tienden a independizarse y a comenzar su vida adulta más tarde”, dice la doctora Godfrey, y explica que sienten la necesidad de estar junto a sus padres. Esto se puede convertir en un problema mayor si se trata de un joven de alrededor de 20 años que, además, está menos acostumbrado a realizar actividades comunes como quedar con los amigos y crear nuevas relaciones.

Para mucha gente, perder a un hermano por suicidio supone una pérdida parcial de su propia identidad. A sus 29 años, Jolene tenía un hermano que se suicidó en 2007. Si alguna vez olvidara el sonido de su voz, su risa o las conversaciones que tuvieron, “me estaría perdiendo a mí misma”, se sincera.

Jolene habla de que las diferentes combinaciones de terapia le permitieron superar las etapas más difíciles de la recuperación junto con el método tradicional que ella misma recomienda, que implica llorar, gritar y perdonarse a uno mismo.

“Encuentra una causa de donde sacar la fuerza o una distracción”, aconseja. “No temas a la soledad cuando tu corazón y tus pensamientos te mantienen despierto. Abrázalos y siéntelos. Deja que te consuman porque desaparecerán con el tiempo. Dolerá, pero todo se solucionará”.

*Se han cambiado todos los nombres para respetar su privacidad.

Este artículo apareció originalmente en VICE AU.