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A MEDIA ASTA

Felipe Ehrenberg: mi vecino temporal

Hoy despedimos otra gloria nacional.

Este martes sabe a mierda

Este martes se enfilaron los muertos

Este martes extrañamos a muchos

Este martes faltan periodistas, mujeres y artistas.


El día de ayer, alrededor de las 7, el teléfono de la cocina sonó con un tipo de noticia que me aterra. Del otro lado del cable, mi abuela, me decía con una voz sorpresiva y calmadita que había algo que ya no podría hacer en junio. Ella conocía mis planes, ella me lo puso en suerte.

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En la cerrada Jacobo Dale Vuelta, una pequeña "j" fácil de ubicar en un mapa de la Colonia del Periodista, a escasos pasos de la casa donde crecí, vivían Felipe y Bebis, nunca, ni en los años de mi infancia más vulnerables, recuerdo haber visto a Ehrenberg, –a Bebis si – es una lástima que no compartiera las mismas aficiones familiares que teníamos los domingos, era de esperarse, principalmente por nuestra bestial brecha generacional y porque, honestamente, Felipe no creo que tuviese mayor interés por juntar las manos en domingo o jugar pelota en la calle.

Después de su temporada en Brasil, Felipe regresó a la CDMX, aunque enfermo, con el mismo esqueleto tatuado y varias exposiciones dispersas alrededor de la Tierra. Honestamente, a pesar de siempre haber estado en contacto con las artes, Felipe nunca figuró en la historia que, en ese entonces, apenas conocía.

Ema Luisa, mi abuela, pareciera un personaje peónico para esta triste, coja y póstuma editorial, ella, desde su habitación, a pesar de no tener mayores inclinaciones hacia la obra de Felipe, ejercía esa labor tan demandante de mirar a través de su ventana y reflexionar. A los pocos minutos de contemplar la tranquila urbanidad que la colonia del Periodista, y en especial esas cerraditas tenían, un estruendoso camión de escombros y tesoros encontrados, hacía entrada a Jacobo Dale Vuelta. Al son popular de se compran colchones, Felipe, de forma abrupta, detuvo al comerciante para preguntar y documentarse rápidamente con los vestigios domésticos que promovía en su barco pirata.

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"Felipe parecía como si no fuese a comprar nada al principio" me cuenta la abuela, después intuí que los años que había pasado en Tepito, habrían podido servir como curtidor de la experiencia comercial. Compró varias cosas, y entre ellas, la que más atención le llamó a mi abuela, un mingitorio.

Las tertulias, un bien necesario dentro de todo artista, se celebraban en Jacobo Dale Vuelta, y antes en portales, y antes en Tepito, y antes en Brasil, y antes en Londres, seguramente también en Ámsterdam con Ulises Carrión y demás interesantes. Su colección de obra era enorme, no sólo de él, a Felipe no le gustaba hablar de sus originales, el tamaño de su colección era tan grande que entre voces flota el chismarajo de que sus amistades, además de ejercer como tales, servían de bodegas para guardar libros de artista, arte postal y documentación contemporánea.

Felipe, al final se paseaba menos fuerte en sus exposiciones, hastiado de no poder deshacerse de una enfermedad que, a pesar de la mayoría, no lo tenía en cama, sino tomando el sol en Cuernavaca, cerca de sus hijos.

A Cuernavaca iba a hacer un viaje los días últimos de junio, para hablar con él, retratar su maestría en unos cuantos párrafos e inmortalizar más visitas de corte ropavejero, con suerte me habría contado alguna oscuridad de su vida –o el final de ese mingitorio.

Medí mal los tiempos, Felipe se adelantó a su época, y por lógica, a su muerte.

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Hoy, como varias instancias públicas, mi aporte no es más que una mera caricia de espalda a sus conocidos, a esos que pueden regocijarse de haber tratado a una figura que siempre tuvo algún lugar en el mundo de las artes, en Inglaterra, y en Estados Unidos, y en Brasil, y en Holanda, y en Cuernavaca y en Jacobo Dale Vuelta.

A Felipe y a Bebis, y a todos los involucrados en su vida.

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