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Cultură

4 tipos de ladrones (y un celador) que vas encontrar en la FILBO

El romántico, el profesional, el de cuello blanco y el oportunista. Conoce a estos particulares amigos de lo ajeno... Y al único celador que parece preocupado por atraparlos.

"En el medio la llamamos la Feria del Robo", me dijo el sábado pasado uno de los vendedores del stand del Fondo de Cultura Económica en la Feria del Libro de Bogotá. Y tiene razón, mucha gente sale de la feria con uno o varios libros debajo del brazo, solo que no todos pasaron antes por la caja.

"Los ladrones de libros se dividen en dos tipos", me dijo ese mismo día Víctor Bernal, de la editorial Siglo del Hombre, " el primero es el romántico. Son jóvenes que se roban un título porque de verdad quieren leerlo y no pueden (o no quieren) pagarlo".

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Hace 16 años, Nicolás Morales, director de la Editorial Universidad Javeriana, tuvo un encuentro cercano con un ladrón del primer tipo. "Conocí la oficina de seguridad de Corferias porque a un amigo mío lo cogieron robándose un libro y me llamó para que fuera a ayudarlo. Al entrar a la habitación no solo me encontré con mi amigo, también estaba ahí un muchacho al que habían cogido robándose un libro de Marx. Le dije a mi amigo que era un estúpido, me ofrecí a pagar el libro y el problema se solucionó. Luego traté de hablar con el chino del libro de Marx para ver si podía ayudarlo, pero él estaba muy cerrado y se negaba a hablar con cualquier figura de autoridad. Creo que a él sí se lo llevaron a la UPJ. Aparentemente había pateado al policía que lo cogió robando".

Robarle una copia de El Capital a una editorial que está concentrando los medios de producción (de libros) y, de paso, pegarle una patada a un miembro opresor de la maquinaria estatal burguesa es una hazaña que le arrancaría una lágrima al propio Karl Marx. "Son ladrones románticos (por así decirlo)", me explicó Bernal, "no hacen mucho daño en realidad".

Ahora, ni Jean Genet sería capaz de reivindicar al segundo tipo de ladrón que se encuentra en la FILBO. "Son ladrones de oficio. Personas mayores que vienen en grupos. Unos distraen a los vendedores con preguntas mientras que uno de sus cómplices (usualmente una mujer) se guarda los libros y se va".

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El ladrón de oficio no es ningún amante de las letras. A diferencia de Danny Ocean, los pillos de la FILBO no andan detrás de objetos preciosos y cargados de valor simbólico. El botín predilecto de los ladrones de oficio son los libros técnicos: títulos como Manual Parkland de diagnóstico y tratamiento, Pavimentos, La función del envase o Costos y decisiones empresariales.

El domingo pasado, Elkín Restrepo, vendedor de la editorial Amolca, especializada en libros de medicina, fue víctima de las ratas profesionales de la FILBO: "Me acaban de robar dos libros y yo sé quiénes fueron, no los cogí en el momento pero ya los identifiqué: llegaron dos tipos a preguntarme por libros de todas las especialidades: cardiología, dermatología, oftalmología, todas. Anotaron unas cosas y se fueron sin comprar nada. Luego, organizando los estantes me di cuenta de que faltaban dos títulos, ambos de ginecología. Dos libros no parecen mucho", me decía Elkín señalando los cientos de libros gruesos que llenaban las estanterías azules y blancas de su stand en la feria, "pero solo esos dos libritos ya son $800.000 pesos perdidos".

Julio César Beltrán de Mcgraw Hill, afirma tener en su stand a "la joya de la corona" de la Filbo. Y no se refiere a la edición especial de Rayuela ni a ninguno de los libros de arte de Taschen o Villegas. En realidad se trata de los Principios de Medicina Interna de Harrison. "Esa es la biblia del médico y cuesta $550.000 pesos", explica Beltrán. "Ese libro siempre lo tenemos controladito y no lo exhibimos, porque todo el mundo anda detrás de él". Todo un puto huevo de Fabergé.

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Para Lina María Ortega, de Random House, existe otro tipo de ladrón en la Filbo 2015, el de cuello blanco: "Este año he sorprendido a mucha gente muy bien vestida tratando de robarse libros del stand. El domingo entraron dos señores vestidos de camisa y chaqueta de marca, Club Colombia en mano y gafas Ray-Ban sobre la cabeza. Dieron muchas vueltas y preguntaron por varios libros. Los vendedores fueron los que se dieron cuenta de que se estaban metiendo libros en las chaquetas, sobre todo novedades. En el momento, no les dijimos nada. Los dejamos salir y hablamos con seguridad, cuando los encontraron ya se estaban cambiando de ropa para que no los identificaran".

Hay un refrán que dice: "la oportunidad hace al ladrón", y al menos eso parecen indicar las experiencias de Rafael Nieto, de la Editorial Javeriana: "Hace unos años, cuando trabajaba en el Círculo de Lectores, sorprendí a un par de caras conocidas llevándose en la mano libros que no habían pagado. El primero era un periodista cultural. Cuando le hice el reclamo me dijo que había olvidado pasar por la caja. Luego fue, hizo la fila y dejó el libro botado al lado de la misma. La segunda, era una actriz de telenovelas. También le hice el reclamo y me dijo: '¡Ay que pena! Yo juraba que todos los libros se pagaban a la salida de la feria'".

Siguiendo con los dichos, hay quienes viven de acuerdo al famoso "El que peca y reza empata". Por eso, la principal preocupación de Oscar Neva, de la librería San Pablo, es el robo de sus Biblias y textos para niños católicos.

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Ni la organización, ni ninguna de las editoriales que participan en la Feria, pudo darme un estimado de la cantidad de libros que son robados durante el evento. Todos están de acuerdo en que se roba bastante, pero a nadie parece preocuparle mucho. Según Enrique Patiño, jefe de prensa de la FILBO, la organización nunca ha recibido una queja formal por parte de los expositores y según agentes de policía, rara vez algún testigo se ha ofrecido a poner una denuncia formal contra las personas que son atrapadas robando. "Aquí estamos muy ocupados como para ir hasta quien sabe dónde para poner un denuncio", me dijo Wilson, jefe de seguridad de Panamericana.

Wilson es a la Feria del Libro de Bogotá lo que Elliot Ness fue para Springfield en el episodio de la prohibición. Desde las alturas (o mejor dicho: parado sobre una caja de libros) Wilson inspecciona cada rincón del stand con la inquieta disciplina de un aspersor. Siempre con el radio en mano, Wilson es el encargado de indicarle a sus compañeros cuáles son las personas a las que deben revisar antes de salir del stand.

Wilson accedió a bajar de su improvisado puesto de guardia para conversar conmigo, no sin advertirle a uno de sus compañeros que los ladrones siempre están al acecho: "Pilas ahí porque esta gente está que se carga en cualquier momento".

Wilson se mueve por su stand como si se tratara de la selva de Caquetá, nunca se despega del obturador de su radio y sus ojos jamás se detienen en la cacería del temible ladrón de libros. De repente, algo capta su atención y se comunica con un compañero: "El calvo, el calvo, páreme ahí al calvo". El calvo, un tipo de cabeza rapada, gafas y chaqueta de jean, se detuvo y le mostró al guardia el contenido de la bolsa que llevaba en su mano: varios libros que había comprado en otros stands de la feria.

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"Yo no sabría decirle específicamente detrás de qué libros es que andan los ladrones", me dijo mientras lo seguía en su patrullaje por los 20 metros cuadrados del stand "lo que sí puedo decirle es que esa plaga le está tirando a todo lo que encuentra".

Los rigores del oficio han endurecido a este guardián del conocimiento al punto de perder la fe en la humanidad. "Aquí yo he visto todo tipo de gente tratando de llevarse los libros: personas que vienen con niños, señoras mayores, gente en silla de ruedas… de todo, de todo". A Wilson le importa un pito que sea el fantasma de Garcia Márquez el que se aparece en el stand de Panamericana, si anda por ahí con varios paquetes, la chaqueta entre abierta y chismoseando de más en las estanterías, seguro que va a ser objeto de una revisión aleatoria-selectiva antes de abandonar el stand.

Cuando salí del pabellón, una mujer vestida de monja llamó mi atención. No pasaba de los 40 y la acompañaban otras dos mujeres, una de ellas llevaba una niña de la mano. Las mujeres cargaban bolsas, la niña un maletín. Empecé a seguirlas hacia el siguiente pabellón. De todas las voces de la Feria la única que se había quedado en mi cabeza era la de Wilson (Señoras, gente con niños, personas que andan por ahí llenas de paquetes… de todo, de todo). De repente, la monja y sus acompañantes se detuvieron y mi mirada se cruzó con la de una de las mujeres. Tomé mi celular para pasar por distraído. Cuando levanté la mirada, la mujer que llevaba a la niña de la mano había desaparecido.

Seguí detrás de la monja y su única acompañante. ¿Andarían detrás de los Principios de Medicina Interna de Harrison? Luego sí recibí un mensaje en mi celular. Agaché la cabeza, respondí y cuando volví a mirar hacia adelante ya no había monja, ni paquetes ni acompañante. Se habían perdido por siempre entre el aroma de las crispetas y el tinto, camufladas entre los cientos de personas que esperaban pacientemente su turno para comer pollo, pizza o carne, escondidas entre los preadolescentes que luchaban a codazos por su derecho a conocer a un autor youtuber.

"Suficiente Feria del Libro para mí", pensé, "Una hora más aquí y voy a terminar convertido en el espía predilecto de Wilson".

Siga a Sebastián en su twitter @unacuentadenada