Foto vía Pxhere
Esa cita de otro de nuestros artículos, que habla del impacto que ha tenido la música de David Lynch en grandes músicos contemporáneos, es exactamente lo que describe la sonoridad del enigmático director: "Lincheano". Hay pocas descripciones más acertadas, además de adjudicarle toda la particularidad del caso al creador de obras de culto que van desde lo hermoso hasta lo indescifrable; todo en uno.No es de sorprender que el término "Lynchian", como lo señala un artículo de NME del 2014, se haya "vuelto algo como una palabra clave para cualquier banda que emplee tratamientos de voz etéreos y sintetizadores texturizados".
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"Wishin' Well", "We Rolled Together" y "I Want You" entran de lleno al toque de Lynch: guitarras que se mueven como reptiles nocturnos y vocales que ondulan como si uno estuviera a punto de ahogarse en un lago turbio, mientras se canta lentamente bajo el cielo, luchando constantemente contra la tensión del agua. No creo que sea salido de casillas intuir un toque hip-hopero en el movimiento de estas canciones que invitan eróticamente a quedarse bajo la superficie acuática hasta morir.Pero como es característico del buen Lynch, justo cuando uno siente que ha logrado descifrar sus intenciones, logra cambiar de tono súbitamente. "The Line It Curves" y "Are You Sure" se sienten como un haz de luz que atraviesa las moléculas del lago, como un recordatorio de que, en efecto, ahogarse no está bien. Son un impulso audaz de supervivencia, acompañados de modulares llenos de aire, unos vocales amigables y un ritmo de baterías felices."Stand up and be a mountain", de las últimas líneas que se cantan, son un el gran cierre del álbum. Uno no acaba por entender si Lynch quería la calma o el frenesí, la tristeza o el éxtasis. La cosa es que logra evocar ambas, todo en contra de nuestra voluntad.
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