Fantasmas y corrupción: Las ruinas millonarias en Bacalar, Quintana Roo

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Fantasmas y corrupción: Las ruinas millonarias en Bacalar, Quintana Roo

Un emplazamiento de más de 80 hectáreas donde se encuentran 625 cuartos de hotel, dos albercas, un restaurante, una capilla, un centro de convenciones, un pabellón de eventos sociales y muchas cosas más.

Todas las fotos por Marcos Betanzos.

"¿Ustedes son los caza fantasmas?", nos preguntó Juan José, un señor de bigote perfilado que nos llevaría en lancha a conocer un complejo hotelero abandonado.


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Nos encontrábamos vacacionando en medio del paisaje paradisiaco de Bacalar, un pequeño poblado que se encuentra en el estado de Quintana Roo en el sureste mexicano. Al segundo día de vivir la pura gozadera, ya habíamos oído diversas ofertas de recorridos turísticos, desde los más tradicionales y aburridos hasta los más aventureros, los más caros y los que se ofertaban "en corto", sin propaganda oficial. Un par de lancheros nos insistió en visitar un edificio abandonado, con fantasmas y toda la cosa. Era una oferta que ningún turista promedio dejaría pasar, así que aceptamos, acordamos el monto voluntario —la tarifa— para ser guiados, y pactamos el recorrido para salir al día siguiente en una lancha con dos hieleras dispuestas a nulificar cualquier tipo de sed o temor ante el más allá.

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Al siguiente día, a la hora pactada, no llegó el par de lancheros. En su representación llegó Juan José y nos contó la historia del lugar, al que según afirmó era imposible entrar. Antes de llegar, nos mostró dos residencias, una de ellas —afirmó— era la de Elba Esther Gordillo; no hubo forma de comprobarlo ni manera de contradecirlo. Llegamos después de treinta minutos y señaló un manglar por el cual había que pasar para llegar al sitio prometido. Bajamos advertidos: "estar aquí es ilegal. Si alguien ve la lancha estamos en un pedo". Prometimos no tardar en la visita; el tour —nos dijo— sólo dura una hora.

Frente a nosotros, soportando el paso del tiempo, estaba una de las ruinas arquitectónicas más llamativas de la región: un gran complejo hotelero, club privado y centro de terapia médica que prometió servir de forma exclusiva a unos cuantos privilegiados que pudieran pagarse la estancia; la salud tiene precio —decía Juan José— quien como experto nos explicó cada rincón de ese cúmulo de banalidades desde el cual era imposible dejar de contemplar la belleza de la Laguna de los Siete Colores. Nuestro guía nos dijo que él iba a trabajar ahí, pero ese día nunca llegó. Esos muros, los vidrios rotos, los restos de metal y de tabique representaban la mejor oportunidad de su vida hecha pedazos.

Se trata de una obra que no posee mayor valor que aquel que le otorgó su tamaño y su desafortunada historia: un emplazamiento de más de 80 hectáreas donde se encuentran 625 cuartos de hotel, dos albercas, un restaurante, una capilla, un centro de convenciones, un pabellón de eventos sociales y muchas cosas más que apenas pueden explicarse a través del filtro de la megalomanía. A ello, hay que sumarle su célebre antecedente y origen político que lo gestó y lo llevó a la ruina como obra faraónica jamás concluida: haber sido planeado y mandado a construir durante los años 1993-1999 por el ex gobernador del estado, el ingeniero Mario Villanueva Madrid, personaje ilustre del poder político mexicano vinculado al narcotráfico y el lavado de dinero, que hoy está preso. Para muchos locales, incluyendo a Juan José, fue todo un héroe que dio trabajo y trajo consigo la prosperidad nunca antes vista en este pequeño pueblo. Lo que se ve se resume en polvo y desolación, pero es imposible dejar de sorprenderse.

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En la propiedad sólo quedan aguas estancadas, mierda de murciélagos y un olor a putrefacción por momentos insoportable. Algunas facturas de materiales y herramientas; planos del proyecto en el piso, costales de cal, ecos y el tiempo detenido. Vegetación que se come día a día la arquitectura escenográfica que le fue impuesta, que elimina silenciosamente al intruso construido. Minuto a minuto se redujeron las intenciones que teníamos de ver a fantasmas, no hay nada más que un retrato del poder político en México. La estética sui géneris, que sólo la opacidad y la impunidad pueden generar, es el recordativo siempre oportuno de que en esta vida hay que cuidarse más de los vivos que de los muertos. "Los fantasmas son los poderosos que se obsesionan con permanecer. Ellos pasan como las aves por el cielo: sin dejar rastro", sentencia Juan José cuando comienza a llover y nos indica que es momento de salir. Hacemos el mismo recorrido en silencio; ya no hay más preguntas.

En medio de pleitos legales sobre la propiedad del inmueble y de esa extensión territorial, El hotel club Las Velas sigue causando controversia entre ejidatarios y un grupo de inversionistas regiomontanos: se disputan un espacio saqueado, una ruina millonaria.

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