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Cultură

Mi lucha por superar el miedo al sexo oral

Mi inseguridad se debe a que no sé qué es lo que se supone que debo hacer una vez que llego ahí abajo y me da miedo hacerlo mal.

Foto vía el usuario de Flickr Alex Thompson.

Hace un par de meses, conocí a un chico lindo y torpe en un bar y lo llevé a casa. Pasamos toda la noche hablando sobre política y luego nos metimos a la cama. Sabía que no quería tener sexo con él pero de pronto tuve una lluvia de ideas.

"Si te la chupo, ¿me calificas?", le pregunté. Y aceptó con gusto. Se la chupé unos siete minutos pero me cansé (eran las 5AM) y me rendí. Le pedí mi calificación y fue bastante buena. La única sugerencia que hizo fue que debería usar más mis manos. Sentí un gran alivio.

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Tal vez suene raro mi enfoque tan práctico en lo que respecta en darle sexo oral a este chico pero justo ese era el punto del experimento. Desde que recuerdo, dar sexo oral me provoca ansiedad. La aprehensión se deriva de muchos factores. Como a cualquier mujer heterosexual, me ha tocado lidiar con muchos güeyes que a fuerza quieren que se la chupes. Esos tipos que te bajan la cabeza en pleno faje sin avisar o se montan en tu cara. Estos encuentros son degradantes y bastan para disuadir a cualquiera de dar sexo oral. Además, mis razones son prácticas. Para empezar, mi boca es pequeña y tengo un reflejo faríngeo muy activo. Esto significa que, en el peor de los casos, podría vomitarme sobre un pene. Y en realidad no me agrada mucho quedarme viendo pitos. Son como el sol, disfruto su presencia pero trato de evitar verlos directamente. Lo cual se complica cuando tienes uno en la boca.

Sin embargo, mi inseguridad se debe a que no sé qué es lo que se supone que debo hacer una vez que llego ahí abajo y me da miedo hacerlo mal.

Con el tiempo, empecé a creer que el sexo oral era un conocimiento que se adquiría de forma natural pero, según yo, nunca me llegó. Por eso casi no lo hago y no me gusta expresar mis dudas con mis parejas. Ni siquiera con mis amigos.


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"Puedo hacer que un chico se venga en cinco minutos", decía una amiga de la universidad. Esta amiga trató de guiarme con su rutina a prueba de tontos, que consistía en dejar un vaso de agua al lado de la cama para meter su mano en caso de que su saliva se secara. Parecía mucho trabajo y sonaba raro. Cosmo y otras revistas de mujeres son igual de abrumadoras con sus interminables guías de "cómo dar el mejor sexo oral del mundo". ¿Cómo es que existen 21 reglas secretas para realizar un acto que se supone es bastante básico? Es sexo oral, no ajedrez. (Además, ¿en serio hay mujeres que se toman el tiempo para colocar cubos de hielo, esperar y luego tomar agua caliente para crear "dos sensaciones agradables y muy diferentes"?)

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Le pregunté a Claire Cavanah, cofundadora de Babeland, una empresa de juguetes sexuales que organiza talleres como "el arte del sexo oral", si mis miedos eran comunes.

Me explicó que cada vez hay menos alumnos en las clases sobre el punto G y el sadomasoquismo que ofrece Babeland pero que las clases de sexo oral "todavía pueden llenar un salón completo".

"No eres la única que se pregunta cómo mejorar su técnica ni la única a la que le este tema le genera ansiedad", agregó.

Dijo que esa ansiedad era por querer complacer a una persona y no tener la experiencia para hacerlo. Para que sea menos aterrador, me sugirió investigar en otras fuentes, como en libros sobre sexualidad ("puedes aprender sobre la anatomía del pene"). Fuera de eso, "la práctica hace al maestro".

Según Cavanah, hablar sobre sexo es uno de los retos más grandes que enfrentan las parejas pero es primordial para obtener la información necesaria y así superar el miedo al sexo oral.


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"Te da las repuestas que tanto buscas y aprendes necesario, como qué le gusta", explicó. También me recomendó platicar sobre eso después de tener sexo para no aturdir a mi pareja con preguntas y arruinar el momento. Esto quiere decir que pedirle a un chico que de su calificación, como lo hice yo, no es una buena idea.

También me sugirió que tratara de divertirte porque "mientras más te diviertas, más lo va a disfrutar él". Insistí en que me dijera qué tan divertido puede ser chupar penes. No es como lamer una paleta, donde está claro que hay un beneficio para la persona que lo hace. "Es el placer de hacerlo feliz", aclaró. Así que, fingir un poco está bien, solo si es necesario.

Lo que más me tranquilizó fue cuando Cavanah me contó lo que le han dicho los hombres con respecto al sexo oral. Creí que me iba a contar una que otra historia de terror con dientes o mordidas pero no. Se me había olvidado lo simple que son los chicos.

"Siempre dicen 'Oh sí, me gustan las mamadas'. Las aman", dijo. "Si eres buena, es como la cereza en el pastel. Pero el sexo es como la pizza. Aunque sea malo es bueno".

Como muchas otras cosas del sexo, las felaciones son incómodas por naturaleza. Y decidí practicar con el nerd de política porque era inofensivo y no lo iba a volver a ver, así que no me daba pena.

Tal vez la próxima vez reúna más valor y lo intente con alguien que en serio me guste. Si resulta que soy la Pizza Hut del sexo oral, pues, ni pedo, hay cosas peores.