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Cultură

Los Coen son Satán

Su nueva película lo confirma.

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No se construyeron un adosado sobre un cementerio indio. Ni jugaron a la ouija con sus vecinos. Tampoco necesitaron poner un disco de los Judas al revés, ni participar en una orgia con meigas… Los Coen conocieron al Diablo porque se lo presentó Sam Raimi. Así de sencillo. Cuando Raimi era un loco del terror mostrenco, el gore y el cachondeo fílmico.

Un malapieza que intimó con Satanás y con el que hizo cosas alucinantes, véase ‘Posesión Infernal’ (1981). En aquel rodaje estaba Joel Coen ejerciendo como asistente del montador. En el mismo año, el joven Joel quedó prendado del Maligno cuando trabajó editando ‘Lucifer (Fear No Evil)’ a las órdenes de Frank LaLoggia. Quien tenga una copia de esta película en VHS, tiene un tesoro.

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Joel ya estaba captado para la causa diabólica y detrás de él iba Ethan. Más centrado en la escritura, fue también Sam Raimi el que le presentó el Mal cuando le encargó el guión de ‘Ola de crímenes… ola de risas’, que es como un señor inspirado/genio decidió a mediados de los ochenta traducir al español el título ‘Crimenwave’. Un crimen y un castigo para una locura de cinta.

Desde entonces el Satanás habita siempre el cine de los Coen y va cambiando de forma. Lo mismo es un inmenso (literal) John Goodman que manipula y vuelve loco al guionista Barton Fink; que un John Turturro marcando paquete en la bolera y diciendo al ‘Nota’ Lebowsky que nadie le toca “los cojones a Jesús Quintana”. O el elegante gángster Albert Finney en ‘Muerte entre las flores’.

El satán de The Pick of Destiny es lo único bueno que ha hecho nunca Dave Grohl.

También ha sido un asesino a sueldo con el gepetto de ‘no-me-mires-pillas’ del sueco loco Peter Stormare en ‘Fargo’ o algo más guapete como el demonio capitalista que interpretaba Paul Newman en ‘El gran salto’. Ey, y su manifestación varonil en ‘No es país para viejos’, con Javier Bardem y un instrumento raro con el que se iba cepillando gente por el desierto. Esa mezcla de me río de peluca que da risa pero acojona a la vez.

Pactar con el diablo es lo que le ha permitido a los Coen conseguir el sueño de cualquier aspirante al Olimpo indie: hacer las películas que quieran, trabajar con los actores que se les ponga en la punta del pija, recoger oscars y ser directores de culto. Tanto que pueden repetir el mismo esquema y estar en la lista de lo mejor del año en EEUU. Y así pasará cuando se estrene en enero ‘A propósito de Llewyn Lewis’, donde vuelven a adaptar ‘La Odisea’, que ya habían visitado en ‘O Brother!’.

Pero, ¿qué más da? Conocen al dedillo la autopista al infierno. La recorren con los ojos cerrados y las manos en alto. Esta vez el homenaje maléfico le vuelve a corresponder a Goodman -si no es nuestro actor favorito del momento se queda muy cerquita-, que interpreta a un músico de jazz con conocimientos de santería y amenaza con echar un mal de ojo al Llewyn del título. Aunque no lo necesita mucho.

Llewyn es un desastre, un músico de folk sin suerte, un habitante del village neoyorquino en los sesenta, una mascota para la intelectualidad ‘progre’… Todos los cantantes con guitarra y temas pastoriles de la época y ninguno, porque es pura invención. Igual que las canciones para chuparse los dedos del pie que firma T-Bone Burnett, con ayuda de los directores y de Oscar Isaac, el actor principal.

Los hermanos saldan así cuentas con otro pasaje de la historia de su país, con ese humor que duele como patada en los cataplines y deja una mueca rara en la boca. Y amigo, amiga, señora, vecino…: ¡sale Justin Timberlake cantando! En enero nos vemos en el infierno, un buen lugar para perdernos, el mejor sitio para reparar motores y curar las heridas como buenos perdedores. Espero encontrarte buscando jaleo, la nariz sangrando y rodando por el suelo.