El intolerable y prejuicioso matoneo que ahora hacen los "nerds"
Ilustración: Jimmy Palacio | VICE Colombia.

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El intolerable y prejuicioso matoneo que ahora hacen los "nerds"

OPINIÓN | ¿No éramos nosotros, los ñoños, los que sufríamos de bullying por leer Fantastic Four? ¿En qué momento perdimos la empatía y nos convertimos en verdugos?

Artículo publicado por VICE Colombia.


En los años ochenta, el nerd no era más que un cliché de la cultura pop. Imaginábamos a niños gringos a los que encerraban en los casilleros de los colegios, que les hacían el infame 'calzón chino' o les metían la cabeza en el inodoro; a los que se les salía la sangre por la nariz cuando veían a una mujer atractiva —porque, claro, los nerds solo eran hombres y todos eran heterosexuales—. Afortunadamente, esa imagen del geek ha ido cambiando. Leer cómics y saber de Star Wars ya no es sinónimo de ser un perdedor (o de ser un hombre adolescente, blanco, heterosexual, virgen), y es más bien —como el fútbol o la música— una afición o un hobby. Algo que a alguien le gusta y punto.

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Pero aunque la cultura geek se ha apoderado del mundo gracias a cosas como el universo cinemático de Marvel, The Big Bang Theory y, en general, a Internet, gran parte de sus miembros aún vive en la periferia. Siguiendo esa lógica, no sería loco pensar que el geekdom fuera un espacio seguro para minorías, para otros seres que han sido vulnerados, matoneados y maltratados por un status quo. Y tal vez así sea en buena parte. Pero ignorar la existencia de una facción tóxica y prejuiciosa de esta comunidad sería como pensar que Hawkeye podría derrotar a Galactus sin ninguna ayuda.

Y no.

Todos los que nos interesamos por estos temas hemos visto los titulares: que Kelly Marie Tran (Rose, en The Last Jedi) cerró sus redes sociales por matoneo, que Ruby Rose (la nueva Batwoman en el Arrowverse) deshabilitó los comentarios en Instagram por matoneo, que Ahmed Best (Jar Jar Binks, en las precuelas de Star Wars) consideró el suicidio en un punto por el matoneo. ¿Cómo así? ¿No éramos nosotros los que sufríamos de bullying por leer Fantastic Four? ¿En qué momento perdimos la empatía y nos convertimos en verdugos?

Una cosa es cierta. La comunidad de los cómics, la ciencia ficción y la fantasía suele ser misógina y machista. Suele ser blanca. Suele ser gringa o europea. Bajo ese canon, según activistas como los de #Comicsgate —una campaña para salvar a los cómics reduciendo su diversidad—, todo estaba bien. Podía haber inclusión pero en sus justas proporciones. Podía existir un Linterna Verde gay, siempre y cuando no fuera del universo principal de DC; un personaje negro en Star Wars, siempre y cuando no fuera este el que blandiera una espada láser (YA SÉ, YA SÉ QUE SE DICE SABLE DE LUZ). Pero este círculo, como el resto del mundo, se abrió para invitar a participar a personas que no necesariamente cumplían con los anticuados requisitos del canon nerd. Ta-Nehisi Coates empezó a escribir para Marvel. La nueva trilogía de Star Wars puso a Daisy Ridley (una mujer), Oscar Isaac (un latino) y John Boyega (un afrodescendiente) al frente de su nueva saga, y la última película de Ghostbusters fue protagonizada enteramente por mujeres.

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Y ahí sí pegaron todos el grito en el cielo.

¿Cómo así que una mujer, un negro y una asiática van a protagonizar The Last Jedi? ¿Por qué cambiaron a Spider-Man por un latino afrodescendiente si Peter Parker es tan buen muchacho? ¿Por qué se empeñan en arruinar nuestra infancia? Estas son las preguntas que enfrentan constantemente los creadores, artistas y guionistas de cómics o películas de fantasía y ciencia ficción.

A finales de 2017, Rian Johnson, director de la octava entrega de Star Wars, recibió un sin fin de insultos y preguntas como las anteriores en redes sociales. Esto, a pesar de que la película fue aclamada por críticos y expertos en cine. Una de las quejas, según algunos de los opositores, era que los personajes no eran relacionables. Hablaban, por supuesto, de Finn y Rose, y de cómo Luke Skywalker no actuaba como ellos esperaban que lo hiciera.

La insatisfacción llegó a tal punto que un grupo de fans de Star Wars decidió recaudar fondos para convencer a Disney de rehacer The Last Jedi y corregir todo lo que, a su criterio, estuvo mal. La página dice: “El arquetipo de héroe de las películas originales es lo que las hizo tan geniales, hizo personajes con los que todos podían relacionarse sin importar su pasado o sus creencias. No tener este elemento central, además de una narrativa pobre ha hecho de la franquicia algo polarizante y caótico”.

Entonces, según los simpatizantes de esta campaña, la saga espacial no debe contener a personas de color y a mujeres en los papeles protagónicos, solo como personajes secundarios o esclavas en bikinis dorados. No debe haber personas asiáticas. Punto. Porque esos eran los personajes con los que “todos podían relacionarse” en la trilogía original: los hombres blancos y, bueno, la voz de James Earl Jones.

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El poster de la película que los seguidores de #RemakeTheLastJedi quisieran ver.

Y si Star Wars no la tiene fácil, la industria de los cómics tampoco pasa su mejor momento en estos días. Desde hace unos años, Marvel ha estado intentando encontrar nuevamente su lugar en el mundo de las historietas de superhéroes. Aunque dominan las taquillas en el cine, los personajes del arte secuencial han pasado por numerosos escritores y artistas, así como por varios reinicios de su universo. Comicsgate, como es de esperarse, culpa al afán de diversidad. En vísperas del New York Comic Con de 2017, durante un panel con Charles Soule, Nick Lowe, Christina Hanigan y Tom Brevoort, muchos distribuidores mostraron su frustración frente a la editora de historietas y culparon a los “homos”, a los “negros” y las “malditas mujeres” en la industria. Uno de ellos se quejó de que Iceman “besara a otros hombres” o que Thor “fuera una mujer”.

Pero la frustración de unos distribuidores por no poder vender sus cómics (una pésima excusa para la intolerancia y misoginia) no fue la que desató este debate en la industria. Lo que generó la ira de los fans y básicamente la creación de Comicsgate fue una selfie. Una selfie de un grupo de mujeres tomándose una malteada.

En julio del año pasado, Heather Antos, editora de Marvel, publicó una selfie junto a otras mujeres de la industria. Se habían reunido para homenajear a Flo Steinberg, una de las mujeres más importantes en la historia de Marvel y publisher de uno de los primeros cómics independientes. A la inocente foto solo le llegaron comentarios de odio. Unos diciendo que esa imagen representaba todo lo que estaba mal con Marvel. Otros, que ellas no eran más que unas “falsas chicas nerds”… En fin. Ya no se trataba de los personajes, o de la calidad de la narrativa, o de las ventas de libros. El portal The Mary Sue logra articular el tipo de matoneo que generó la fanaticada nerd: “es acoso por existir. Por atreverse a sonreír y disfrutar de hacer cómics siendo mujer. Es un acoso alimentado por la rabia pura de ver a un grupo de mujeres que editan cómics y que se divierten haciendo su trabajo”.

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Hace unos días, escritores y artistas por fin alzaron la voz en rechazo a campañas intolerantes como Comicsgate. Bill Sienkiewicz, aclamado ilustrador conocido por trabajos como Elektra Assassin, escribió en su página de Facebook: “Dejen de ser los tíos incómodos racistas y misóginos que llegan a las reuniones familiares y orinan en la ponchera para probar lo hombres que son. Dejen de ser los primos raros que todo el mundo señala por ser el estereotipo del ‘nerd de las historietas’. O háganlo lejos de nosotros. Dejen de ser las incomprendidas víctimas lloronas que se quejan por el favoritismo, la intolerancia o el sexismo”.

El artistas Phil Hester también se manifestó en contra de la intolerancia en la industria.

Jeff Lemire, creador de Sweet Tooth, también escribió en Twitter: “Comicsgate está basado en el miedo, la intolerancia, el prejuicio y la ira. Los creadores de cómics que están surgiendo son muy talentosos, muy inteligentes y muy potentes como para ser derrotados por estas personas tan débiles. Es hora de defendernos los unos a otros”.

Y sí, es necesario que los escritores y artistas se apoyen mutuamente, pero como lectores nosotros debemos aportar consumiendo los productos de estos autores. Menos Ethan Van Sciver y más Ta-Nehisi Coates. Menos Richard C. Meyer y más Kris Anka, o Fiona Staples, o Colleen Doran, o Magdalene Visaggio. Del mismo modo, mostremos nuestro apoyo a Kelly Marie Tran, a Ruby Rose, a las hermanas Wachowski.

Al final de una entrada en su blog, Lemire insistió: “No solo den ‘like’ a los tuits. Digan algo. Háganles saber a los creadores y a las voces marginadas que estamos con ellos. Los cómics son para todos. Que el mundo lo sepa”.

Eso haremos, Jeff. Eso haremos.