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Música

La imagen de Adele en Rolling Stone está destruyendo la mirada masculina

​¿Qué dice de una cultura el hecho de que se considere «un atrevimiento» mostrar a una mujer en la portada de una revista sin pretensiones sexuales?

Este artículo se público originalmente en Noisey, nuestra plataforma dedicada a la música.

¿Qué dice de una cultura el hecho de que se considere «un atrevimiento» mostrar a una mujer en la portada de una revista sin pretensiones sexuales? La nueva cubierta de Rolling Stone, con Adele como protagonista y a rebufo de su esperadísimo regreso musical, hace precisamente eso, y el resultado es sorprendente. Desde que existe la crítica de arte, la representación visual de la mujer se ha considerado, en la mayoría de casos, objeto de la mirada masculina. Incluso hoy día, inmersos en la cuarta ola del feminismo, es infrecuente observar una reacción de rechazo de la mujer ante esa mirada masculina: o bien languidece frente a ella o se contempla a sí misma siendo observada. Sin embargo, Adele y Rolling Stone renuncian a ambas posturas.

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La expresión de la cantante está desprovista de todo vestigio de la timidez del que se siente observado. Su mirada es desafiante, un tanto perturbada. Nos hace sentir como comerciales a puerta fría que la hubiéramos sorprendido a punto de disfrutar del café y el periódico del desayuno, ese instante de recogimiento que precede al bullicio de su día a día. No se aprecia ni un ápice de lascivia en esa mirada, que se pierde más allá de los confines de la página, hacia nosotros. Tampoco nos pide nada. Sus ojos dicen más de ella y de lo espera de nosotros de lo que es habitual en una foto de portada.

Acompañando a la imagen, una escueta leyenda -«Adele: A Private Life»- que refuerza el mensaje que desprende su mirada. Nada puede mancillar la imagen de esta mujer independiente, alejada de la frenética carrera por el mejor titular. Adele no es propiedad pública y no hay discusión posible al respecto. Cuando una mujer se somete al escrutinio público, se genera un sentimiento inmediato de propiedad sobre su cuerpo y su vida misma. El ejemplo más claro de este fenómeno está en Amy Winehouse: entró en el juego y a veces incluso buscó la controversia, pero vivía constantemente acosada por la prensa, que la despedazó, miembro por miembro, hasta que no quedó nada de ella, con el único fin de saciar el apetito voraz del público.

Pero Adele no se presta a ello. No pretendo en modo alguno dar a entender que la mujer que decide exponerse merece lo que tiene, pero parece existir un axioma tácito que obliga a una mujer de éxito a hacerse pública para mantener ese estatus de éxito en la industria del entretenimiento. Una Trampa 22 moderna de la que Adele también logra escapar. Después de tres años desaparecida de las listas de éxitos musicales y de los tabloides, resurge discretamente para causar conmoción en esas listas, plantándose en la cumbre con «Hello» y un récord de 1,11 millones de descargas en su primera semana. La cantante de 27 años echa por tierra la idea de que las mujeres deben ser «vistas» para poder ser deseadas. Su regreso se asienta firmemente en sus méritos como cantautora y no en su visibilidad.

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Cabe señalar, también, que la imagen de Adele en Rolling Stone evoca ciertas reminiscencias de la portada de la revista Time de 2014, con Taylor Swift. La emblemática imagen se centra únicamente en el rostro de la cantante y su penetrante mirada al objetivo, mientras contempla su reino con un atisbo de sonrisa dibujada en la comisura de sus labios, a semejanza de los retratos que la revista hizo de muchos personajes masculinos (Steve Jobs, Putin u Obama). Como ocurre con la portada de Adele, subrayando la imagen de Swift se leía: «The Power of Taylor Swift», dando a entender, sin lugar a dudas, que su cuerpo está fuera del juego y que estamos ante una mujer que desafía las normas en una industria controlada por el hombre. Aquí, Taylor Swift es como la Cleopatra de Tiepolo. No estamos frente a un desnudo renacentista cuya protagonista observa vanidosa su propio reflejo o aparta tímidamente la mirada de su espectador masculino. La artista clava los ojos en su amante justo antes de disolver una lujosa perla en su copa de vino y bebérsela, demostrando que ha vencido al patriarcado y ha reclamado la propiedad de un imperio, y lo ha hecho con sus propios recursos.

La reciente portada de i-D dedicada a Rihanna nos cuenta una historia similar: una estrella desafiante, de mirada guerrera, subrayada por las palabras «Play Loud». A diferencia de Taylor Swift y Adele, sin embargo, la imagen de Rihanna suele ir estrechamente ligada a la desnudez sin paliativos, por lo que el hecho de poner el foco de atención únicamente en su rostro confiere a la imagen un impacto todavía mayor. La portada tiende una pasarela sobre el abismo existente entre cuerpo y poder y nos presenta a una Rihanna que sigue teniendo el control pese a que guste de hacer uso de la sexualidad. Por su parte, el titular refuerza el concepto de «mujer activa», en contraposición a la pasividad.

Un viaje por los vastos archivos de Google Images de los últimos años revela una sorprendente disparidad entre estas portadas y la forma en la que tradicionalmente se dirige artísticamente a la mujer. La imagen de una mujer que desafía al observador masculino sigue siendo algo insólito, incluso en las revistas dirigidas al público femenino. El rostro de Adele, fascinante y libre de remordimientos, destaca en un océano de cuerpos hipersexualizados, miradas incitantes y titulares llamativos. La portada de Adela, como la de Swift y la de Rihanna, constituye una revolución, no de las que dejan una huella indeleble en la industria de la música o de la prensa. Mientras el sexo venda, mientras siga habiendo mujeres que se sirvan de ello para su beneficio, seguiremos sorprendiéndonos ante la visión de portadas de revista como la de Rolling Stone con Adele.

Y debemos preguntarnos: ¿por qué resulta tan sorprendente que una mujer se defina por su innegable talento y no por su sexualidad? Creemos que la mujer ha reclamado su cuerpo y que lo exhibe como un pequeño acto de empoderamiento. Sin embargo, ese acto parece ser simplemente una forma de explotar un sistema, más que de rebelarse contra él. Si bien la mujer puede vender su cuerpo voluntariamente para su propio beneficio, en un sistema de economías regidas por el hombre, no hay nada que rivalice con la idea anticuada de que el atractivo femenino es sinónimo de éxito. Ello no implica que Adele no sea atractiva -porque es impresionante-, sino que ha logrado cambiar nuestra forma de concebir el poder. Este no emana de su cuerpo ni de su capacidad para manipular las sensaciones sexuales del espectador. Su poder procede de una expresión que nos dice que ella está aquí, que es capaz e independiente y que no se doblegará ante nuestras expectativas.

Kat George es escritora y vive en Brooklyn. Síguela en Twitter.

Traducción por Mario Abad.