Fuimos al Salón del Manga de Barcelona y nos dieron abrazos gratis

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Fuimos al Salón del Manga de Barcelona y nos dieron abrazos gratis

El Salón del Manga es como una boda: la gente lleva su mejor traje, hay mucha comida, el ridículo se deja en casa y si tienes suerte igual follas.

¡Al fin lo he conseguido! Desde la primera vez que acudí al Salón del Manga siempre había querido retratar ese curioso microcosmos que surge los últimos días de octubre en Barcelona.

Aunque en los últimos años, con el auge de la celebración de Halloween, puede que ni siquiera te hayas asombrado, encontrarte en tu supermercado de confianza a cinco tíos disfrazados de personajes de Bola de Dragón con marcado acento andaluz es un buen resumen de la esencia de este evento. Y es que el Salón del Manga, aunque es una cita ineludible para cualquier barcelonés remotamente interesado en el amplio marco de "lo japonés" , obtiene un característico ambiente sentimental al estar lleno de gente que se ha recorrido cientos o miles de kilómetros para -al fin- poder compartir sus intereses IRL (en la vida real), dando la espalda -al menos durante unos días- a ese torrente de clichés que llamamos "vida normal" y , de paso, poder saber al fin a qué sabe una dichosa bolita de arroz.

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Podríamos decir que en el Salón del Manga el funcionamiento sociológico es bastante parecido a una boda: La gente se esfuerza mucho por llevar su mejor traje, hay comida a cascoporro, los medidores de ridículo se dejan en casa, te puedes volver cargado de cosas y si la suerte está de tu lado igual follas. Aunque los foros de internet estén extinguiéndose como estrellas lejanas, en el Salón del Manga aún la palabra "quedada" no ha caído del todo en desuso, y aunque los clásicos carteles buscando fans de series en concreto están desapareciendo, supongo que los carteles de "Abrazos gratis" hacen su efecto.

Si, habéis leído bien, abrazos gratis: una moda salonera con varios años de vida, en la que el interesado se pasea con un cartel con el susodicho lema y deja que quien esté falto de un abrazo le estreche sin necesidad de relación previa. Tanto chicos como chicas participan de esta práctica que, generalmente, ayuda a romper el hielo a los más tímidos y ayuda al ambiente de compañerismo del salón (y también a tocar algún culo, así de refilón). Les pregunté a varios de nuestros fotografiados si conocían la historia de este "meme", pero ninguno supo explicármela, así que he tenido que recurrir a nuestra querida Wikipedia: por lo visto es una campaña que empezó un tipo de Australia, estando falto de cariño y que gracias a un vídeo viral del YouTube se hizo un fenómeno mundial. Muy propio.

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La fauna salonera es tan heterogénea como formas hay de entender lo que podríamos llamar "la cultura manga": desde gente interesada muy seriamente en la cultura japonesa (estuve unos minutos observando un taller de arreglos florales donde los participantes se inspiraban en un haiku que recitaba una adorable ancianita), treintañeros muy de la vieja escuela (de esos que intercambiaban fotocopias en los 90) rebuscando entre los montones de libros descatalogados, youtubers encontrándose con sus seguidores ("Hoy nos han reconocido ocho veces" me comentaban un par de amigos cargados con sus mamótretos audiovisuales), a las clásicas otakus quinceañeras novatas que, con orejitas de gato y acompañadas de sus madres, sorben un cuenco de fideos instantáneos. Un estupendo catálogo de comportamientos adolescentes: Hacerse la gatita, fingir introspección, hablar como una película doblada, pasearse con los puños cerrados la altura de los riñones y a la espalda y caminar de forma meditabunda.

Siguiendo la estela de la famosa Comic-Con de San Diego, los tomos encuadernados al revés hace mucho que dejaron de ser los reyes y comparten espacio con torneos de Pokemon, desfiles de Star Wars (son como las banderas de Asturias: en cualquier multitud que se precie, siempre habrá, al menos, un soldado del imperio), concursos de coreografías y canto, puestos de comida y stands de merchandising donde las mascotas kawaii amenazan con caer en alud.

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La alegría de los otakus del salón es contagiosa, o tal vez sea el coctel hormonal (adolescencia y tela de disfraz, una mezcla que como supondréis no deja indiferente a la nariz). Seguro que ellos, como los habitantes de la ciudad de Halloween de Pesadilla antes de Navidad, ya están contando los días que faltan para el próximo Salón del Manga.