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Música

¡Feliz, feliz, feliz! - Un recuerdo de Arturo Vega

Arturo Vega, el hombre que creó el logo de los Ramones, murió el 8 de junio de 2013.

En 1975, Legs McNeil fue el cofundador de Punk Magazine, y esta es en parte la razón de que tú sepas qué significa esa palabra. También es el autor de Por favor, mátame, lo que le convierte en algo así como en el Studs Terkel del punk rock. Además de su columna para VICE sigue escribiendo en su blog personal, pleasekillme.com

Joey Ramone, Arturo Vega y yo en el estudio, 1978. Foto de Tom Hearn. “¿En serio, Arturo? ¿ABBA?” Sacudo la cabeza con incredulidad mientras entro en el estudio, donde el grupo de rock sueco está atronando desde los altavoces. El tocadiscos está en una mesa, y al lado se encuentra el taller de serigrafía de los Ramones al completo: una larga tabla sobrecargada con una plancha de serigrafía de madera, latas de pintura acrílica blanca y pilas de camisetas negras. Arturo está atareado haciendo otra pasada con el bastidor encima del último modelo del nuevo logo de los Ramones, el que lleva los nombres de Johnny, Joey, Dee Dee y Tommy rodeando a un águila que sostiene un bate de béisbol con una garra y la rama de un manzano con la otra. Se convertiría en su diseño más famoso. “¿No son geniales?”, me suelta Arturo levantando la cabeza de la camiseta. No sé si está hablando de la música o de las camisetas, ya que él nunca se ha sentido cohibido por sus placeres culpables musicales. Aceptémoslo: aunque la popularidad de ABBA es espectacular, nadie les podría acusar nunca de ser carnaza para modernillos, o de suponer que estarán sonando en el estéreo aquí, en el epicentro del punk, el loft de los Ramones en el 6 de East Second Street. Aquí es donde vive Arturo Vega. Eso era lo bonito de Arturo. Combinaba elementos que no casaban, y a veces el resultado final funcionaba. Sin embargo, allá a finales de los 70, yo no estaba tan seguro acerca de todo ese sinsentido de ABBA. “ABBA es como una especie de chicle satánico que no puedes dejar de mascar, ¿sabes?”, me explica, notando mi desagrado. “Es como uno piensa que debe sonar la felicidad, ¿no?” “No sé nada de eso”, le digo, pensando en su teoría. La música pop sueca sonaba demasiado alta. “Eres la reina del baile, joven y dulce, solo diecisiete / Reina del baile, siente el ritmo de la pandereta / Puedes bailar, te puedes agitar, pasándotelo mejor que nunca / ¡Mira a esa chica, fíjate en la escena, quédate con la reina del baile!” “¿Eso es felicidad?”, gruño. “Dame la puta alternativa…” “¡Feliz, feliz, feliz!”, canturrea Arturo entre risas, imitando una estrofa del “Gimmie Gimmie Shock Treatment” de los Ramones mientras extrae una camiseta recién impresa de debajo de la plancha y la reemplaza con otra. La letra de la canción dice, “La paz y el amor se van a quedar aquí / Y ahora me puedo levantar y afrontar el día / Todo el tiempo feliz, feliz, feliz / El tratamiento de shock está funcionando bien”. Se ha convertido en una especie de mantra en el loft cada vez que las cosas no pintan demasiado bien para el grupo, algo que pasa a menudo. Arturo sonreiría con esa invitadora sonrisa suya y, rebosando ironía, diría “¡Feliz, feliz, feliz!”. Entonces todos emitirían una risita, respirarían profundamente y seguirían adelante. A veces, una estrofa de una canción es todo lo que necesitas para mantenerte en marcha. Arturo sostiene la camiseta recién serigrafiada para que yo la inspeccione. “¿No es bonita? Es tan… tan… tan majestuosa! Es como el militarismo rígido combinado con esa honestidad de ‘Beat on the Brat’, ¿o no?”

No está solo complacido con su nuevo diseño, está emocionado. Es realmente un símbolo icónico. “Vaya, no veas si mola”, le digo con tono de admiración. “¿Me puedo quedar una?” Arturo hace rodar sus ojos. “¿Pero’sque nunca tienes dinero? ¿Holmstrom no te paga? ¿Sabes, Legs MucNeil, que a lo mejor deberías buscar otro trabajo?” “¿Haciendo qué?”, respondo de forma decaída, sabiendo que no es el momento de tentarle con tres pitillos y una lata grande de Bud. Sólo me quedan tres Marlboros. Mierda. Al menos el disco de ABBA se ha acabado y Arturo no lo va a volver a poner desde el principio, como acostumbra a hacer. “No lo sé. Tiene que haber algo que puedas hacer”. Se lo piensa seriamente antes de romper a reír ante lo absurdo de sus propias palabras. “¡No importa! Claro que te puedes quedar una camiseta, pero tendrás que esperar a que volvamos de Londres, ¡estas nos tienen que durar  todo el viaje!”” “Como sea, ¿pero por qué os vais a Inglaterra?”, me quejo, no viéndole ningún beneficio al cercano fin de semana de los Ramones en el Reino Unido. Sabía de Malcolm McLaren y de las molonas modas rock’n’roll que estaban saliendo de King’s Road, pero aparte de Dr. Feelgood y Flamin’ Groovies no es que musicalmente esté pasando gran cosa en Londres. Y aunque esos grupos están bien, tampoco me suenan como el futuro del rock’n’roll. Al menos no como los Ramones. Y además, ¿con quién iba yo a salir el fin de semana del 4 de julio? Aunque en esos tiempos yo no lo sabía, la explosión del punk-rock inglés estaba esperando a que los Ramones les enseñaran cómo detonar la bomba. Era una cuestión de días que lo pusieran todo patas arriba. Seguí quejándome, “Venga ya, Inglaterra es una mierda. ¡Allí no pasa nada! A ver, cerveza caliente. ¿A eso le llamas civilización?” “¿Preferirías que nos quedáramos aquí y tocáramos en My Father’s Place?”, responde Arturo con aire impasible. Se está refiriendo a un club de mierda en Long Island que es un refugio para la peña cutre y que rápidamente se está convirtiendo en uno de los sitios donde los Ramones tocan habitualmente. No le falta razón. No hay muchos sitios que reciban bien a los Ramones más allá del Max’s y el CBGB. Por todas partes la situación es desesperada, aunque ninguno de nosotros logre entender la resistencia a la más grande banda del rock’n’roll del mundo. “No, creo que deberíamos apoderarnos de una emisora de radio”, ofrecí, entusiasmándome cada vez más. “Podríamos, bueno, encerrarnos en la emisora detrás de una barricada y dar caña solo con los Ramones durante 24 horas hasta que todo el mundo se dé cuenta de los grandes que son. Ya sabes, como ese DJ de La historia de Buddy Holly, que se encerró dentro y puso ‘That’ll Be The Day’ una vez tras otra”. Arturo se limita a sonreírme. “Mira que eres niño, ¿ehqueloeres? Mira, ahora tienen equipos de antidisturbios, ¡ja, ja, ja! Estarías muerto incluso antes de que acabara ‘Today Your Love, Tomorrow the World’”. “Bueno, al menos era una idea”, me defendí, mascullando. “Tiene que haber alguna forma de dar a conocer la música”. Me interrumpe Joey Ramone entrando por la puerta como una exhalación, feliz y entusiasmado por su inminente fin de semana en Londres. Está efusivo y su saludo es como una ráfaga de ametralladora: “Hey Legs, ¿qué pasa? ¿Qué hay en marcha? ¿Dónde está la fiesta?” Carga con varios paquetes, y los vuelca en la tabla de la cocina antes de unirse a nosotros alrededor de los trastos de serigrafiar. Su entusiasmo por Inglaterra sólo consigue hacerme sentir más triste y solo. “Hey”, digo moviendo la cabeza hacia Joey. “¿Dónde estabas?” “Mi madre tuvo que llevarme de compras”, explica Howey. “Tenía que comprar unas mierdas para el viaje, pero cuando fuimos a pillar mis vitaminas, en la tienda de comida macrobiótica había una indigente chiflada gritándole al dependiente. Creí que iba a asesinar a alguien, estaba como loca. Tuvimos que esperar a que llegara la poli. Creía que se la llevarían a Bellevue, pero lo único que hicieron fue apuntar su nombre y dirección y la dejaron allí para que siguiera la bronca, tío. Los polis probablemente se fueron a pillarse más donuts. Aquello ya nos estaba ocupando horas, y resultó que lo único que quería ella era una tarjeta de cumpleaños para su sobrino. Así que le ayudé a elegir, una muy divertida”. “Tendrías que haberla enviado por correo por ella”, bromeó Arturo. “Me parece ver los titulares: “Masacre, 27 personas muertas en la oficina de correos de la calle 14. Un chico dice que su tía nunca ha olvidado un cumpleaños”. “No era tan mala para estar chiflada, yatedigoyo”. Joey sonríe mientras se enrolla un mechón de pelo en su dedo índice. Nunca deja de jugar con su pelo. Nunca. “Hasta me pagó por ayudarla, ¡me dio 25 centavos!” “Guárdalos para cuando tenga que pagar a un abogado”, dice Arturo con sarcasmo mientras pasa el bastidor encima de otra camiseta. "Probablemente es una de esas millonarias excéntricas que leh vah a dejar todo su dinero a sus gatos". “¿A lo mejor puedo incluir a Paul en su testamento, también?" Paul es el gato de Joey. Agarra una de las bolsas de la compra de encima de la tabla de la cocina y mira en su interior, buscando algo. Sea lo que sea, no lo encuentra. Es aún peor que yo, y eso que yo lo pierdo todo al momento. Joey se pasa la mayoría de las mañanas en el loft buscando alguna mierda: trozos de papel con el teléfono de una chica, piezas de ropa, un par de zapatillas, lo que sea. Buscar las cosas de Joey era un ritual diario. “Sí, es probable que tenga millones escondidos debajo del colchón”, dice Joey entre risas, abandonando la bolsa. “Esa puta barata, probablemente llevaba miles en metálico encima. Me la tendría que haber trincado, pero no olía muy bien”. Y de repente estamos todos riendo histéricamente. “¿Entonces, qué vamohacer esta noche?”, pregunta Joey mientras mira algunas de las camisetas que hay colgadas para que se sequen. "¿Y por qué tiene que ser siempre el primer nombre el de John?" Arturo no hace caso de la pregunta. Es demasiado listo como para abrir la caja de los truenos. “Johnny dice que no se puede permitir pagarme el viaje a Inglaterra”, explica Arturo, sorteando la pregunta de Joey. Se ha convertido en un experto en navegar a través de la política interna de los Ramones. “Dijo que me podía quedar todo el dinero que gane vendiendo camisetas, así que pensé hacer unas cuantas para pagarme el billete y los gastos. Dijo que no sabía por qué querría nadie comprar una camiseta de los Ramones, pero que adelante si quería intentarlo”. “Ya", dice Joey con un ronquido. "Él siempre optimista, ¿no?” Joey estaba ya cansado de que Johnny Ramone le quitara todo el entusiasmo a las posibilidades creativas de los Ramones con su inaguantable enfoque práctico sobre las cosas del grupo. “A mí me parece que molan mucho, yahtedigoyo”, dice Joey admirando el diseño de las camisetas, simulando no importarle el orden de los nombres. Pero Joey nunca puede dejar correr nada. "Es como una de esas cosas presidenciales, ¿sabes? ¿Las que cuelgan de la mesa cada vez que habla? ¿Cómo se llaman? ¿Emblemas?” “Sellos presidenciales”, le corrije Arturo mientras vuelve a poner el disco de ABBA. “Oh-oh”, suelta Joey. “¡Me parece que una ‘reina del baile’ está a punto de violarme! Tú sabes que esto es una mierda, ¿verdad?” “¡Es música feliz!”, ríe Arturo, cantando por encima del disco. “¡Se lo estaba diciendo a Legs, es como se supone que la felicidad tiene que sonar!” “Nadie ha estado nunca tan feliz”, replica Joey. “Excepto quizá tú, Arturo”. “Oh, venga, qué punks y qué duros sois", nos dice Arturo, radiante. “A mí me hace feliz, y eso es lo que cuenta, ¿no?” ”¡Feliz, feliz, feliz!”, ríe Joey, hipnotizado con la cadena de producción de Arturo, mientras él serigrafía las camisetas. Arturo acelera el ritmo, animado por la música pop sueca. Nosotros simplemente le miramos por encima, observando cómo trabaja. “Molaría mucho si pudiéramos vender algunas camisetas, yahtedigoyo”, musita Joey, mirándome y soñando. Y entonces a lo mejor nos podíamos permitir un desayuno, ¡ja, ja, ja!” Y de repente estamos todos otra vez riendo.

Anteriormente en la columna "Por favor, mátame":

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