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Así puede joderte la mente el acoso

"Me sentía como una prisionera en mi propia casa".

A lo largo del invierno de 2016, Dodie Mercer (34) tuvo dos vidas. Estaba la “Dodie de 9 a 5”, el personaje que decía le permitía adoptar un rostro valiente en el trabajo y hacer sus labores. Pero cuando terminaba el turno y se iba a casa, Mercer se hacía cargo de la otra rutina: encerrarse en casa para escapar de su acosador.

“‘La Dodie después del trabajo’ era un problema sin solución”, escribió Mercer en 2016 en una entrada de blog sobre su experiencia.

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Salir de su auto era la mitad de la batalla. Una vez dentro del departamento, debía caminar de una habitación a otra sosteniendo un martillo y una taser (pistola de electrochoques), mirando detrás de la cortina de la regadera, debajo de la cama y en los armarios en busca del intruso, cuyo rostro se hizo familiar después de sus apariciones diarias entre los árboles justo hacia donde daba su ventana. Después de asegurarse de que no estaba en su departamento, Mercer se encerraba en el baño a ver televisión hasta dormirse.

“Me sentía como una prisionera en mi propia casa", dice. "Si por alguna razón no llegaba a casa antes de que oscureciera, llamaba a alguien para que me acompañara a revisar las habitaciones. Cada ruido me despertaba; pensaba que él había entrado para violarme o matarme”.


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Mercer mantuvo ese ciclo durante más de un año, evitando derramar lágrimas en el trabajo en un esfuerzo de, como ella misma dice, no parecer "débil". Continuó así aún después de recibir 22 llamadas perdidas de un número bloqueado. Hasta que confrontó a su acosador respondiendo una de esas llamadas diciendo, “¿Quién eres y qué quieres? Dime o voy a llamar a la policía”.

“Déjame ver tu culo”, dijo él.

“Vivía en un vacío mientras todo esto ocurría”, dice Mercer. “Incluso en los peores días, cuando él estaba afuera y llamaba al 911, bloqueaba lo que sucedía cuando estaba en el trabajo. En retrospectiva, creo que era una técnica de supervivencia. No hay forma de que hubiera funcionado en mi trabajo si no lo hubiera reprimido. Casi todos los días, olvidaba que me acosaban hasta que era hora de ir a casa”.

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Eso cambió en marzo de 2016, cuando Nick —a quien Mercer conocía por nombre— fue arrestado. Dice que en ese momento, es cuando el shock y la adrenalina del trauma comenzó a disminuir y su salud mental comenzó a sufrir.

“El acecho y otras formas de acoso y abuso tienen efectos negativos en la salud mental de las víctimas, alterando su sensación general de bienestar, autopercepción y confianza en relaciones, amigos y conocidos”, dice Pilar Arana, psicoterapeuta de Buenos Aires. Arana añade que 7.5 millones de personas son acosadas cada año en Estados Unidos, siendo las mujeres y aquellas de entre 18 y 24 años quienes experimentan los niveles más altos de acoso.

Mercer, ávida corredora, regresó incluso a una rutina normal de ejercicios cuando Nick fue arrestado. No fue hasta que se mudó de la zona, dos meses después, que los primeros síntomas de un trastorno mental comenzaron a manifestarse. Mercer parecía desistir, usando su nuevo trabajo como excusa para aislarse. Se sentía muy exhausta para salir a correr y las tareas más sencillas la obligaban a regresar a la cama.

Una malteada de proteínas fue la gota que derramó el vaso. Mercer había logrado reunir energía para ir al gimnasio y se había consentido con una malteada después del ejercicio. Cuando llegó al auto, se dio cuenta de que no era el sabor que había pedido. Estaba furiosa —el enojo, dice "iba y venía en oleadas por todo mi cuerpo"—. Y comenzó a llorar sin control. “Todo el tiempo me puse a pensar ‘esto no es normal’”, dice. “Y me asustó”.

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Una semana después, Mercer se encontró discutiendo con un novio sobre sacar la basura. Le dijo que era muy floja, y ella atinó a gritar: “No saco la basura, porque me da miedo la oscuridad".

“Tan pronto lo dije, supe que era verdad y que necesitaba ayuda", dice. Mercer fue a ver a un consejero y fue diagnosticada con trastorno de estrés postraumático complejo (PTSD), depresión y ansiedad. “El PTSD se caracteriza por cuatro grupos de síntomas", dice Quandra Chaffers, trabajadora social clínica licenciada. “Uno de ellos tiene que ver con que el trauma o el evento amenazante vuelve a ocurrir. Esto puedo incluir pesadillas, recuerdos y revivir los eventos de acoso”.


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El otro grupo, explica Chaffers, tiene que ver con creencias negativas, como "Ya no puedo confiar en nadie" y "el mundo no es seguro". Aquellos a quienes acosaron podrían sentirse "agitados y asustados fácilmente. Esto puede presentarse cuando alguien se toma mucho tiempo para calmarse aún cuando se dan cuenta de que su acosador no está cerca”, dice Chaffers. “El cuarto grupo de síntomas podría describirse como 'siempre mirando por encima del hombro’ o hipervigilancia”.

La autora Lizbeth Meredith dice que después de años de ser acosada por su exesposo —quien también secuestró a sus hijas y escapó del país— la dejó en pánico constante, incluso después de recuperar a sus hijas y regresar a casa. Más tarde Meredith escribió sobre su experiencia en sus memorias, Pieces of Me: Rescuing My Kidnapped Daughters. “El sonido del teléfono o alguien llamando a la puerta me provocaba escalofríos, a veces me molestaba mucho. Me diagnosticaron PTSD luego de seis meses de haber regresado”.

Michelene Wasil, terapeuta de familia y matrimonios, dice que también es común para las mujeres que han sido acosadas sentir culpa por la situación, provocando depresión u otras condiciones mentales. “Se martiriza con frases como ‘quizá fui demasiado amable’, ‘No debí haber dicho esto o lo otro’”, afirma Wasil. “La posibilidad de que el acosador las encuentre amenaza su vida entera, es como si no hubiera escapatoria. Se siente como ser la marioneta y no tener control sobre tu propia vida”.

Hoy, Mercer dice que está ganando control. "El PTSD reprograma tu cerebro", dice. “Tenía una enorme cantidad de furia porque este hombre entró a mi vida y la cambió para siempre. Entendí que nunca sería la misma, pero no lo aceptaba".

“Sigo en el proceso de aprender y definir quién soy ahora”, dice. “Es una batalla diaria por mantener a los demonios alejados. Pero, al igual que correr, entre más entrenas, más fuerte te vuelves. Y estoy más fuerte mentalmente cada día”.