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Cómo asimilar la pérdida del amor de tu vida según C.S. Lewis

“Nunca he sido menos estúpido que como amante suyo” una frase que todos esperamos escuchar.

A los hombres se nos han ocurrido construcciones lingüísticas para expresar cosas del mundo. Dentro de esas construcciones hay algunas con una potencia importante: sólo se dicen cuando lo que expresan no cabe en el lenguaje mismo. El problema es que hablar es lo más cotidiano que tenemos, y esas expresiones potentes han perdido su cualidad de excepcionales para convertirse en frases corrientes.

Más que desgastar, el uso desmesurado de palabras importantes reduce su significado. Lo que antes intentaba expresar lo inefable, ahora expresa lo puramente mundano. Este caso se torna dramático cuando hablamos de amar y de morir. Más dramático es cuando se muere alguien: ¿cómo expresar eso cuando las palabras que lo expresan son tan inútiles?

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“Nunca he sido menos estúpido que como amante suyo” es una frase que todos esperaríamos que nos dijeran. C.S. Lewis decía eso, y muchas cosas, de Joy Davidman. ¿Qué cualidad necesitaría una mujer para conquistar al genio detrás del león, la bruja y el ropero? Una y muy sencilla: un pensamiento ágil y vivas ganas de aprender.

Después de una amistad epistolar, Joy y Jack –como decidió llamarse Lewis de niño– finalmente se conocieron y se enamoraron. Buena suerte. Como en todos lados, la gente vive para y del chisme, así que una nube de desaprobación moral rodeó la relación de estos dos. Qué oso tener sesenta años y andar de novio; qué oso ser divorciada y andar de fácil. Lo interesante de esta pareja es que la base de su relación era decir lo que era y como era. Lo típico: tu novia te ayuda a salir del writers block para que continúes siendo el tipo más listo del planeta o tu novio te ayuda a corregir tu poesía para que sigas siendo publicada en lugares valiosos.

Un día Joy estaba en la cocina y se desplomó. En el hospital le dijeron a Jack que se había roto la pierna. Joy tenía cancer en los huesos, y para ser precisos, en todo el cuerpo. La pareja se resignó al diagnóstico: hay que pasarla lo mejor que se pueda, mientras se pueda. “¿Qué pasa con el mundo para que se haya vuelto tan chato, tan mezquino, para que parezca tan gastando? Y entonces caigo en la cuenta.” Joy murió. Mala suerte.

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¿Qué hacer cuando se muere alguien que amas? Resignificar amor y muerte. O mejor dicho, significarlos bien. Y esto es precisamente lo que es Una Pena en Observación; el intento de C.S. Lewis por encontrar sentido y, para efectos prácticos, una guía para sobrevivir a la pérdida sin morir en el intento:

“Nadie me había dicho nunca que la pena se viviese como miedo. Yo no es que esté asustado, pero la sensación es la misma que cuando lo estoy”, dice Lewis. Y es que frente a la pérdida tenemos esta sensación extraña que se parece a la cruda, pero peor. Tan es así que hay algunos que se ríen en los funerales. En casos muy extremos, hay quienes se toman selfies. Sea el caso que sea, perder a alguien aterra y paraliza. La muerte nos hace preguntarnos qué sentido tiene el mundo y por qué funciona de manera tan jodida.

“Me cuesta mucho enterarme de lo que me dicen los demás. Y sin embargo quiero tener gente a mi alrededor”. ¿Por qué los funerales están llenos de gente? La respuesta solemne es decir que todos van a honrar al muerto. La realidad es que queremos estar en compañía porque la muerte parece volvernos locos; no importa qué se diga, sólo que se diga algo.

¿Por qué nos reímos en los funerales? Porque “el asqueroso, dulzarrón y pringoso placer de ceder a revolcarse en un baño de autocompasión es algo que me nausea.” Estar en un eterno estado de llanto hace que nos sintamos víctimas. No es que no lo seamos, la vida es una perra que acaba de matar a quien amábamos, pero el lloriqueo estruendoso y constante provoca más lástima que empatía. De esto se puede concluir que reírse ante la muerte no es algo inaceptable, aunque sea políticamente incorrecto, porque establece un equilibrio entre dolor y cordura.

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Pocas cosas son tan molestas como la tía Carmela que dice algo como: “ay, mijo, no te pongas triste, ya está descansando con Dios”. Qué ofensivo resulta el asumir que está descansando en paz: “¿por qué la separación que es agonía para el amante abandonado, habría de ser indolora para el amante que nos deja?” Por razones de educación, que nadie le conteste eso a la tía, pero que quede por escrito que Lewis entiende la molestia.

Unas horas después del impacto, después de haber pagado un precio excesivo por el café de la funeraria y cuando las ropas negras se vuelven más opacas, uno va a casa e intenta hacerse a la idea de que terminó. Unos días después parece que la idea no llega. Nunca falta olvidarse de que esta muerto; intentar marcar el número o hablar como si siguiera vivo. Cuando llega eso, uno debe aprender a “seguir estando fuera de sí, aún careciendo de esa presencia corporal, aprender a amar a la Ella verdadera, en vez de retroceder a amar nuestro pasado, nuestra memoria, nuestro pesadumbre, nuestro alivio de la pesadumbre, nuestro propio amor”.  Y ahí es donde empieza la joda.

La pregunta que queda por responder es: ¿qué es el amor más allá de la muerte? Es cuando Lewis le dice a Joy: “Si puedes, si te dejan, ven junto a mí cuando yo también esté en mi lecho de muerte” a lo que ella contesta de modo magistral: “¿Dejarme? Trabajo le va a costar al cielo retenerme. Y en cuanto al infierno, lo rompería en pedazos.”

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