Fotomontaje: Zafaraz | VICE Colombia
Es otro fin de semana en Bogotá, las estaciones de la Avenida Caracas del sistema Transmilenio están llenas de personas que van y vienen, ya llega la noche y es hora pico. Yo me acabo de bajar de un bus, voy saliendo de la estación cuando diviso entre la multitud a una pareja que me llama la atención, quizás por sus ropas raídas, quizás por la actitud de esconderse detrás de otras personas a medida que se acercan a las registradoras de la estación. Y no sólo llaman mi atención, el oficial de la Policía Nacional que está custodiando la entrada de la estación también los está mirando fijamente, de pronto un ruido fuerte, todos miramos para otro lado y al volver a mirar a la entrada la pareja está entrando a la estación, él muy pegado a ella, pagan un solo pasaje por los dos.Esta columna es parte de la alianza de contenidos entre VICE Colombia y Corpovisionarios. Vea más aquí.
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Cuando el policía aludió al "respeto", estaba hablando de la idea punitiva del respeto. En realidad, apuntaba más al concepto de miedo: sentir temor al castigo que puede generar el no estar de acuerdo con un uniformado que —además— cuenta con la posibilidad de usar la fuerza para reducir al ciudadano que no "lo respeta".Adicionalmente, está la idea de tener la autoridad para permitir la transgresión de las normas. No se trata de no violar la normatividad, sino de pedirle permiso a "la autoridad" para poder hacerlo. La discrecionalidad policial llevada a un nuevo nivel, en el cual el policía no se encarga de hacer cumplir la norma sino de convertirse en un filtro para el cumplimiento de la misma, es la introducción de un elemento que puede (o no) flexibilizar el cumplimiento de las reglas, estableciendo aleatoria y subjetivamente procesos y procedimientos para su cumplimiento.Por supuesto que entiendo el contexto en el que se da todo esto: las normas sociales establecidas, reconocidas por todos y acatadas sin pensar, ya que se trata de ese imponderable de la vida que llamamos "sentido común".Todos los que vivimos la historia que cuento al comienzo de este artículo: yo, el policía, la pareja y todos los que estábamos a su alrededor; para ninguno fue una escena extraña o nueva. Muchos pensamos "otros que se meten sin pagar…", algunos más pudieron pensar acerca del famoso pato que adorna algunas de las estaciones, otros podrían pensar que este policía es más "buena papa" que los otros, ya que no actuó con violencia física sino con cierta gracia.
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De hecho, la idea del policía, aquella que dice "Si ustedes piden permiso…" no es ajena a la experiencia cotidiana de los servidores públicos para con buena parte de la población colombiana. La prestación de un servicio público, como el de policía, pero también otros como el de la Defensoría del Pueblo o la Registraduría, se convierten en favores que se deben pedir, favores que generan una obligación que debe ser retribuida de alguna forma por parte de los ciudadanos. Entonces, el servicio público deja de ser un derecho para los ciudadanos y un deber de obligatorio cumplimiento del Estado, para convertirse en un proceso complejo de relacionamiento social, que genera el establecimiento de pequeñas negociaciones entre privados, que desvirtúan desde su base el establecimiento del Estado. A su vez, esto obliga a la mayoría de los ciudadanos a entrar en un juego de intereses que no permite cumplir con los acuerdos establecidos en el contrato que da vida a la ciudadanía.Me quede pensando en esa corta frase que dijo el agente de Policía. Por un lado, el concepto de respeto que se maneja y por el otro, la idea de pedir permiso para violar la normatividad
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